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Diario de las artes
A Jaime Velázquez, quizás, le haya perjudicado nacer en este tiempo de no demasiado buenos argumentos artísticos. El arte está muy condicionado por factores espurios ajenos a lo verdaderamente importante y metido en circunstancias extrañas que poco favorecen a los artistas de verdad. En otro momento, sin tantos esquivos planteamientos, hubiera sido un artista de muy diferentes resultados. Habría sido lo que, de verdad, descubre su obra: mucha sapiencia creativa, fortaleza plástica y verdad manifiesta. Pero la realidad es otra. El discurso del arte está sometido a muchos factores que inciden en desenlaces no siempre de clara conciencia.
Es portuense de 1987 y, a juzgar por su obra, artista de consolidado ejercicio profesional. Licenciado en Bellas Artes en la Facultad de Sevilla en la especialidad de diseño y grabado; es un autor de los que trabaja ajeno a las exuberancias existentes en el arte y que sólo sirven para tapar carencias y centrar la atención en lo que poco interesa. Es artista, por tanto, de clara conciencia y entusiasmo grande por un arte en el que cree. Este injusto ejercicio artístico que eleva a los que gritan más, aunque poco digan, no es bueno para muchos verdaderos hacedores que permanecen en el auténtico estamento creativo sin participar de los corrillos donde hay más dialéctica que buenos proyectos.
Jaime Velázquez hace evidente que es trabajador nato y luchador permanente en la noble batalla de la creación ante el caballete y en la soledad del estudio. Su obra refleja que está al tanto de las modernas pautas artísticas y que sabe adecuarlas a un ejercicio artístico del que es sabio y valiente ejecutor. No obstante, creo que es pintor pintor; con consciente planteamiento artístico, sobradas luces creativas y acertadas posiciones plásticas. En su joven trayectoria hay momentos de máximos que denotan la buena realidad de un artista solvente y con determinante suficiencia.
Ganador del Premio Gustavo Bacarisas de Gibraltar
y presente en la selección, siempre difícil, del Premio BMW de pintura en la edición trigésimo séptima del año pasado. Su obra es conocida por comparecencias en salas de cierta importancia, como fue la exposición individual en el centro Cultural Alfonso X El Sabio de su ciudad natal. Ahora llega a ese puerto seguro de La Línea que es la Sala Manolo Alés donde tantos buenos artistas han dejado huella. Si Macarena Alés, su directora, ha abierto las puertas para él, es porque en su obra hay sapiencia, determinación y solvencia actuante. Ella no es dada a equivocaciones.
La muestra nos lleva por varias situaciones bien planteadas. Es pintor de mano segura; con oficio bien aprendido, capaz de afrontar cualquier situación. Eso se ve claramente en obras de concepto y resolución bien ejecutadas, con la realidad figurativa perfectamente acondicionada en fondo y forma. Pero ahí no radica todo. Se observa las calidades de un buen pintor pero, además, se nota que hay un claro cuestionamiento de la existencia cercana, del entorno, de la sociedad impregnada de unas nuevas tecnologías que condicionan el discurso vital. Su obra es moderna, muy moderna; su figuración exultante, dinámica, resolutiva, muy bien desarrollada para que se superponga a los criterios rígidos de lo eminentemente real. Sus poderosos desarrollos cromáticos abren las perspectivas de la propia figuración y acentúa un carácter más definitorio para que se produzca un cierto distanciamiento con lo estrictamente representativo. Además, crea experiencias de una abstracción muy bien estructurada que, a veces, asumen las posiciones de las nuevas tecnologías. Muy buenas las piezas realizadas con acrílicos y óleos donde esa figuración mediata se abre a posiciones distópicas –‘La fragua de Vulcano’, ‘La creación’, ‘Cristo del pago la Alhaja’ o ‘Primado negativo’- que dejan paso a objetos de dispar naturaleza extraartística –‘El último soplo’, ‘La libertad’- y fuerte pozo conceptual.
La exposición, bien dispuesta y bien definida desde una posición curatorial consciente -la comisaría de Celia Moro Peruyera aporta criterio-, nos aventura por un arte nuevo, donde nada queda supeditado al azar, sino que se adentra por los límites imprecisos de una realidad artística diferente, sujeta a un universo de distintas y amplias circunstancias plásticas, estéticas y conceptuales.
Jaime Velázquez es un pintor de muy buenas maneras. Creo y, además estoy seguro de ello, que es artista de altos vuelos, que merece más porque su concepto artístico está muy bien definido. Si los criterios que rigen el arte actual no estuvieran tan condicionados por agentes extraños, su posición en esta dinámica sería otra más acorde con su valioso estamento. Esta exposición lo determina claramente.
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