La difícil sencillez de lo que se observa

Cada día tengo más claro que la expresión artística no debe pasar por complejos significativos imposibles que necesiten libros de instrucciones para saber uno a qué atenerse y poder comprender, apenas, lo que uno tiene delante. La existencia cotidiana de por sí, está llena de situaciones límites que te lo pone todo muy difícil para que, además, uno tenga que devanarse los sesos a la hora de ponerse ante una obra artística que lo único que debe hacer es satisfacer el espíritu y buscar el mayor grado de emoción posible. Tanto elitismo en la expresión artística no conduce absolutamente a nada y los argumentarios encaminados a juegos malabares para intelectuales esquivos, incomprendidos eruditos y insatisfechos afectos a teoría imposibles, no son nada más que brindis al sol de escasísimo recorrido. Con esto no quiero referirme, ni mucho menos, que la obra de arte deba de ser un mero efectismo visual representante de una ilustración sin sustancia, el mimético resultado de una copia vacía de casi todo o el simple desarrollo de un reduccionismo absurdo sin argumento ni sentido; el arte debe tener estructura conceptual; esto es, que se base en una idea; no una simple representación plasmada de un modelo; debe estar suscrita desde una acertada dimensión plástica; con un desarrollo técnico adecuado; ha de posibilitar que su contemplación sea placentera al máximo número de sentidos y de sensaciones, no un cúmulo de búsquedas inaccesible al encuentro de nada. Y, sobre todo, debe aportar la inquietante expectación que te lleva al gozo definitivo y a la emoción suprema. Por eso, me parece adecuada la obra de Pepe Solera. Plantea argumentos fáciles, su oferta no se aferra a estamentos oscuros ni incomprensibles, relata lo que la mirada ve y lo hace de manera estricta, con acierto y sin posturas dudosas y de difícil acceso.
Pepe Solera es de los muchos pintores que existen en Jerez a los que sólo les sirve un único planteamiento: el goce supremo por la pintura, la satisfacción que produce pintar, el poder mágico del arte por el simple arte. Detrás de su obra no hay ejercicios rocambolescos destinados a nada; hay placer por pintar, por llevar a cabo de la mejor manera posible lo que la mirada descubre. Sabe lo que quiere, sabe lo que le gusta, no asume posturas afectadas ni acude a las poses resabiados de los sabihondos esquivos que tanto abundan; es pintor de situaciones amables, que no es lo mismo que pintor de pintura amable. Tiene oficio, puede tirar de él y asumir situaciones para las que está preparado y en las que cree. No asume riesgos con lo que no está preparado ni le gusta, buscando modernuras infumables para intelectuales travestidos. Pinta el paisaje cercano, lo que en él ve en los esos paisajes con los que se deleita. Tiene mucha facilidad en la composición y distribuye las escenas con mucha solvencia y enjundia creativa.
La exposición en el Espacio de Lucía Franco nos vuelve a situar en la realidad del arte actuante en la ciudad, ese importante segmento creativo en el que se encuentran muchos autores que son interesantes, que llevan mucho tiempo pintando y a los que les une un infinito entusiasmo; son apasionados por la creación; artistas que, sin duda, se ha de contar con ellos y darles la posibilidad que se merecen. Esta galerista lo viene haciendo y permitiendo canalizar el trabajo en una galería que, es seria y con rigor, que produce claras y seguras vías para dar a conocer las muy buenas disposiciones de ese grupo importantes de artistas en ejercicio. Y Pepe Solera es uno de ellos. Es pintor que muestra seguridad, conocimiento, definición… pasión. Posee buena mano para relatar posiciones adecuadas que encierran gestos sencillos de una realidad que él sabe captar y, además, sabe hacerla posible dentro de ese marasmo compositivo exigente que plantea la pintura contemporánea.
Pepe Solera se sitúa ante el paisaje; sobre todo el de las playas cercanas. Allí encuentra muchos motivos que no sólo lo hacen feliz a él sino que les permite recrearse y recrearlos; convertirlos en motivos artísticos, abrigarlos de formas y de estéticas adecuadas. Por sus lienzos pasa la gente que mira al mar y que se extasían ante su supremo poder. Hay obras en las que parece que el tiempo y la vida han detenido su discurrir. Son escenas solitarias, a lo Hopper, donde lo estático, el silencio, las nada son elementos de una estética abierta e irredenta. También pinta los recursos que el mar ofrece, esos pescados de la Bahía que, con muy pocos, los hace artisticamente grandes.
Vuelve Pepe Solera a mostrarnos su claro posicionamiento en una pintura que le hace feliz, que descubre a un pintor con conocimiento y solvencia y que deja entrever los estamentos poderosos de los que tienen, de forma callada, un gran amor al proceso creativo. Algo que falta en estos paisajes donde todos quieren imponer sus patéticos y pobres argumentos para hacerse notar; mientras tanto, Pepe Solera, a lo suyo. A pintar y a pintar. Ese el camino.
También te puede interesar