Quién lo diría de Cenicienta

El personaje que presentó el Ballet de Carmen Roche rebosó originalidad en todo momento y mostró a una huérfanita capaz de contagiar su vitalidad al público

Una escena del ballet 'La Cenicienta' que se representó el viernes en el Teatro Villamarta.
Una escena del ballet 'La Cenicienta' que se representó el viernes en el Teatro Villamarta.
Pablo Fornell

30 de noviembre 2008 - 05:00

Aquellos niños y adultos que tuvimos el placer de asistir la noche del pasado viernes al último espectáculo del ciclo que Jerez dedica a la danza, pudimos contemplar a una Cenicienta ciertamente cambiada. Este célebre personaje de Charles Perrault, conocido por su sumisión al mandato de su madrastra y destinada a convivir con el cepillo y la escoba poco o nada tiene que ver con la Cenicienta que nos presenta la compañía de Carmen Roche. Vemos en el escenario a una chica vivaz, con ganas de jugar y soñar, pero con pocos deseos de resignarse a agarrar una escoba; no en vano, este fiel objeto de la protagonista, del que ella decide no hacer uso, hace una muy breve aparición y sólo al principio de la obra. Ese entusiasmo de Cenicienta por disfrutar del momento nos lo transmite al público con una magnífica sencillez y elegancia en el vestuario (que recuerda a los recortables) y en la fluidez de los movimientos.

La originalidad del coreógrafo, Tony Fabre, de hacer uso de elementos tan cotidianos en la infancia como un patín o unos globos, hacen al personaje más cercano y al público (por momentos más ilusionado) partícipe de esa felicidad pueril de sentir la suave brisa en la cara cuando patinaba o el mágico instante en el que sujetaba el hilo de ese volátil objeto.

La adaptación del cuento, a cargo de Olga Margallo, es sencillamente locuaz. Los narradores pueden ser muy diferentes, desde lo más extravagante a lo más sobrio, pero en la mayoría de las historias suelen ser personajes adultos. En esta Cenicienta tan particular los narradores son niños que le cuentan el cuento a su abuelo, como sólo los niños lo pueden contar, con una visión de la historia e imaginación extraordinaria. De hecho trastocan tanto la imagen del príncipe azul, lo multiplican tantas veces, que lo hacen sorprendentemente cómico hasta que de alguna forma entre tanto galán de pelos rubísimos y capas azules eclosiona un príncipe nada habitual pero muy castizo.

Estos pequeños cuentacuentos no aparecen en escena directamente, sino que sus imágenes son proyectadas en el ciclorama a modo de pantalla de cine; para aquellos que tenemos más vivencias acumuladas en la memoria seguramente no dudaríamos en conceder por las serias pero hilarantes explicaciones que los niños daban del cuento y de las emociones y sentimientos que van apareciendo y por la originalidad de esta renovada Cenicienta un gallifante al Ballet de Carmen Roche.

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