Wicked | Crítica
Antes de que Dorothy llegara a Oz: la historia de Bruja Mala
Wicked | Crítica
***** Wicked. Musical, EE UU, 2024, 160 min. Dirección: Jon M. Chu. Guion: Winnie Holzman, Stephen Schwartz. Música: Stephen Schwartz, John Powell. Fotografía: Alice Brooks. Intérpretes: Cynthia Erivo, Ariana Grande, Jonathan Bailey, Michelle Yeoh, Jeff Goldblum.
El musical cinematográfico -no el teatral- es un género muerto. Llamo así al que no es capaz de producir un número significativo de obras notables o maestras cada año. Sus cuatro décadas de oro se sucedieron entre los años 30 y los 60. En ellas se produjeron muchas obras maestras desde el prodigioso 1933 de La calle 42, Vampiresas 1933, Desfile de candilejas y Volando a Río de Janeiro, en las que explotaron los genios de Busby Berkeley y Fred Astaire, hasta los espléndidos años 60 que arrancaron con West Side Story en 1961 y se cerraron en 1969 con Noches en la ciudad de Bob Fosse quien, tres años más tarde, dirigiría Cabaret, el último gran musical de la edad de oro del género.
Desde entonces el número de musicales producidos cada año decayó a la vez que lo hacía su calidad. En los teatros de Broadway y del West End el género vivía la nueva era de la ópera rock con Hair en 1967, Godspell en 1971 y Jesucristo Superstar en 1972, a lo que se han de sumar las grabaciones por The Who y David Bowie de Tommy en 1969 y The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars en 1972. El cine no supo aprovechar, como había hecho antes, estos grandes éxitos teatrales y las versiones de Milos Forman, Norman Jewison o Ken Russell de Hair, Jesucristo Superstar o Tommy estuvieron muy por debajo de las posibilidades de las obras.
Desde entonces hasta hoy -y va más medio siglo- pocos son los musicales notables rodados, con la excepción del cine de animación (Alan Menken con La sirenita, La bella y la bestia o Aladdin, Elton John y Hans Zimmer con El rey león o Randy Newman con las cuatro entregas de Toy Story). Entre los musicales verdaderamente interesantes estrenados en estos cincuenta años solo -que recuerde- Dinero caído del cielo (Ross, 1981), La tienda de los horrores (1986, Oz), Moulin Rouge (2001, Baz Luhrmann), En un barrio de Nueva York (Chu, 2021) o Joker, folie a deux (2024, Philips) me han llamado la atención. No he olvidado La La Land, no: es un flácido mamarracho de corta y pega. Y los retornos de Mary Poppins o West Side Story perpetrados por Marshall y Spielberg más vale olvidarlos.
En este contexto más bien deprimente Wicked es una buena noticia. Se basa en el musical estrenado en Broadway en 2003 con inmenso éxito -es el cuarto con más tiempo de permanencia en cartel-, con música del veterano compositor Stephen Schwartz -autor en los años 70 de Godspell y el Pippin que coreografió Bob Fosse- y libreto de Winnie Holzman, basado en la novela millonaria en ventas Wicked: memorias de una bruja mala publicada en 1995 por Gregory Maguire, inspirada en el clásico El maravilloso mago de Oz de Fran L. Baum publicado en 1900 y en su no menos clásica versión cinematográfica El mago de Oz, la película que en 1939, puso, gracias al genio del productor Arthur Freed, la primera piedra de la conversión de la MGM -hasta entonces derrotada en el musical por RKO y Warner- en la reina de los musicales en las dos décadas siguientes.
La llegada de 'Wicked' al triste panorama actual de los musicales cinematográficos es una buena noticia
No se trata de un remake sino de un juego con los tópicos de la corrección política en forma de precuela que se centra en Elphaba, la que será la Bruja Mala del Oeste (Cynthia Erivo), contando qué circunstancias la convirtieron en la mala de la historia. Está muy de moda ponerse de parte de los malos y, sobre todo, explicar como una suma de maldades -en este caso bullying y discriminación racial- y de reacciones a ella -empoderamiento en uso de sus recursos mágicos- de las que fueron víctimas les hizo ser como son. Aquí se hace en forma de un flash-back que nos retrotrae a los tiempos juveniles de las que serán la Bruja Mala del Oeste y Glinda (Ariana Grande), la Bruja Buena del Este, entonces amigas hasta que las circunstancias -y, por supuesto, el Mago, un sorprendente Jeff Goldblum- las separen y enfrenten. La buena no es tan buena y la mala no lo es tanto y además tiene razones para serlo.
Tras una larga carrera en la que no han faltado musicales fallidos (Step Up 2 y Step Up 3D) y dos largometrajes documentales dedicados a Justin Bieber, el director Jon M. Chu acertó al adaptar con buenos resultados el musical En un barrio de Nueva York del aclamado Lin-Manuel Miranda. Ahora vuelve a acertar al trasladar a la pantalla este otro musical que batió récords en Broadway. Tiene la riqueza visual exigible a un musical (y más a uno que se vincula al mundo de Oz, que en 1939 revolucionó la escenografía y la técnica del color) gracias al extraordinario diseño de producción de Nathan Crowley, el maestro de El caballero oscuro, Interstellar, Tenet o Wonka. Tiene la muy buena partitura de la obra original. Tiene la fuerza exigible a un musical en la espectacular recreación filmada de los números, tanto en las grandes coreografías como en los solos y los dúos. Y tiene la fuerza interpretativa de unas entregadas Cynthia Erivo y Ariana Grande: en ellas descansa gran parte del buen resultado de la película. Habrá continuación dentro de un año, porque esta, pese a su muy largo metraje que no se hace pesado, es solo la primera parte.
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