La estrategia del boomerang

Después de su celebrada última novela, Chirbes publica una nueva recopilación de ensayos donde rastrea su linaje literario y cuestiona el uso actual de la memoria histórica

Rafael Chirbes es un especimen raro en el panorama de la literatura española. Empezó a publicar tardíamente -su primera novela, Mimoun, apareció en 1988, cuando el autor casi había cumplido los 40-, desde entonces ha permanecido fiel a su editor de siempre -este libro termina con una evocación de las relaciones entre ambos- y nunca recurrió a los servicios de un agente literario, pese a lo cual ha sido ampliamente traducido y goza de prestigio, incluso mayor que entre nosotros, en países como Alemania. Vive en un pequeño pueblo de Valencia, muy alejado de las servidumbres de la vida literaria, y salvo cuando comparece para la promoción de sus novelas, apenas se prodiga en los medios. Puede que su concepción del oficio de escribir, de su propio trabajo como novelista, esté condicionada por las enseñanzas derivadas de su "formación marxista", pero Chirbes no exhibe credenciales de progresía, sino todo lo contrario. Celoso de su independencia, el autor de Crematorio (2007) no ha necesitado acercarse a los círculos de poder para convertirse, con ocho novelas publicadas, en uno de los narradores más interesantes de su generación. Es, además, un lúcido ensayista, como ya demostró en El novelista perplejo (2002), donde se acogía a Zola para afirmar que toda obra es una batalla contra las convenciones.

Bastantes de los textos recogidos en esta nueva entrega, significativamente titulada Por cuenta propia, tienen su origen en artículos o intervenciones públicas, pero este origen circunstancial no le resta coherencia al conjunto. El narrador valenciano, que confiesa sus dudas y vacilaciones a la hora de redactar sus novelas, tiene una idea muy definida de lo que debe ser una narración o a qué debe aspirar un relato. No hay estética sin ética, y la técnica, por sí sola, no basta. Lo importante, como dice Proust, es la visión. La pretensión de un estilo es indisociable del imperativo moral que para un escritor supone la tarea -menos obligada que inevitable- de reflejar el tiempo histórico en el que vive, del que proviene y cuya singularidad le ha constituido. "Nuestra alma es fruto del tiempo", escribe Chirbes, y no se concibe fuera de él. Frente a los "escritores ensimismados" que proclaman su amor a la literatura como valor supremo -"niños egoístas" encerrados en una casa de muñecas-, o frente a los ejercicios metaliterarios tan a la moda -"del carpintero queremos una buena mesa, y no que nos explique lo complicado que resulta ajustar las piezas y recolocarlas"-, Chirbes defiende la "excitante responsabilidad civil" del creador y su papel como intérprete más o menos consciente de las tensiones de su época.

En última instancia, su propuesta viene a ser una variante o reformulación del compromiso, pero no en el sentido tosco de los antiguos militantes que ponían la escritura al servicio de un partido o de una ideología, algo que sería incompatible con un narrador que siempre ha ido por libre. Se trata de un compromiso con la vida y con la historia, lejos de las veleidades esteticistas, los alardes decorativos y los juegos de salón. Desde estos presupuestos, Chirbes analiza la obra de algunos maestros y contemporáneos, ofreciendo algunas claves que ayudan a entender su propia narrativa. Como es habitual, el escritor se autorretrata al hablar de otros, por los autores que elige y por lo que de ellos le interesa. Entre los maestros, Chirbes escoge al autor de La Celestina, obra inaugural del realismo; a Cervantes, no sólo por el Quijote, y al denostado Galdós. La vindicación del autor de los Episodios Nacionales, que ha conservado en su obra todo el pálpito de la España del XIX, es uno de los capítulos imprescindibles del libro. A este alto linaje se suman los nombres de escritores contemporáneos como Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio o Ignacio Aldecoa, Manuel Vázquez Montalbán -"un zapador en la cocina"- o el joven Andrés Barba.

La última parte del libro se abre con un homenaje al "manoseado" Max Aub, que sirve de preámbulo a una sección, Memorias y maniobras, donde Chirbes cuestiona algunos tópicos del discurso dominante. Ejemplar es su denuncia de la confusión actual a propósito de la memoria histórica, que le lleva a impugnar la "calculada retórica de las víctimas" a la que se han apuntado muchos novelistas que explotan sin pudor ni sentido crítico el sufrimiento de los derrotados, practicando una "consoladora narrativa de los sentimientos, al servicio de lo hegemónico". Frente a esta visión acomodaticia y en el fondo autocomplaciente, Chirbes propone lo que denomina -en su introducción- la "estrategia del boomerang", que no se limita a trazar un fresco idealizado e inocuo: "El salto atrás en la historia (así en Galdós) sólo nos sirve si funciona como boomerang que nos ayuda a descifrar los materiales con que se está construyendo el presente". Desciframiento, no consuelo, es lo que debe ofrecer la literatura.

Rafael Chirbes. Anagrama. Barcelona, 2010. 196 páginas. 18,50 euros.

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