El historiador Gonzalo de Padilla, entre libros y devociones
La ciudad de la Historia por Eugenio J. Vega y Fco. Antonio García
Jerez/Aseguraba Hipólito Sancho en su Xerez, Sinopsis Histórica (1961) que en el siglo XVIII “tuvieron las ciencias históricas en Jerez un grupo tan numeroso como nutrido de cultivadores”. Y estamos de acuerdo. Aunque no es menos cierto que los cimientos y el cuerpo de esa historiografía estaban asentados desde el siglo anterior.
Fenómeno característico de la España del Seiscientos fue el de los historiadores locales. Escritores que cortaban sus plumas a la medida de las presunciones patrias, creando unos textos al servicio del prestigio de sus ciudades y de la exaltación de sus linajes oligárquicos. Uno de ellos fue Gonzalo de Padilla (1577 – c.1657).
No es esta la primera vez que me ocupo de la desdibujada figura de este presbítero y de su, no menos enmarañada, obra historiográfica. Han sido trabajos que demostraron el error de identificarlo como autor de la Historia de Jerez que por tradición se le ha venido atribuyendo. Una maraña de autorías fruto de la compilación y adición de textos que, sin alcanzar el premio de la imprenta, habían pasado como materiales de trabajo de unas manos eruditas a otras. La imprenta llegó al final, pero para celebrar el error.
Continuando con el perfil biográfico del doctor Gonzalo de Padilla, centramos la atención, en esta ocasión, en la jugosa información que aportan sus últimos testamentos.
Nunca sabremos si fue una burla del Destino o si, en cambio, fue un intento de reconciliación de alguien que defendió a ultranza la primacía de los Santos de Hasta como patrones principales de Jerez; el caso es que el 9 de octubre de 1657, día de san Dionisio, en su morada de la calle Bizcocheros, Gonzalo de Padilla, “enfermo de cuerpo y sano de la voluntad”, en su “juicio y entendimiento” y rondándole la calamidad postrera, tomaba la pluma, quizás por última vez, para firmar su codicilo. Este documento notarial venía a acrecentar y enmendar el testamento que había otorgado meses antes. Por él conocemos que inició su carrera eclesiástica con apenas catorce años, edad con la que obtuvo su primera capellanía. Después vendrán tres más, fundadas por familiares. Las capellanías le ingresaban unos 140 ducados al año, a los que se sumaban sus retribuciones como cura beneficiado de la parroquia de San Lucas, beneficio que obtendría en torno a 1620. Entre sus bienes también contó con las rentas de una casa-tienda en la calle de Francos, también de herencia familiar.
Es evidente que el doctor Padilla gozó de una clara holgura económica. Si no hubiese sido así, raramente hubiera podido renovar a sus expensas la sacristía de la iglesia de san Lucas con ropas y vestuario, gastando en ello “muchos dineros”, pues al entrar al servicio de ella la halló “tan pobre” que ni de eso tenía. Y seguía relatando: “y a la santísima virgen de guadalupe le e vuscado entre sus debotos munchos vestidos ricos. En que dejo de rropas y plata a la dicha yglesia munchos ducados”.
Fue fray Esteban Rallón quien informó en su Historia de Jerez, escrita hacia 1660, al hablar de la parroquia de San Lucas que su docto cura renovó el culto a la citada imagen mariana. Y, en efecto, así lo constataba Padilla en su codicilo: “en la dicha yglesia del señor sant Lucas yo entroduxe la ssanta devossion de nuestra señora de guadalupe que a más de treinta y tres años y en todas sus festibidades del año a ora de prima se diese primero muy solene (ilegible) ocho belas blancas”. Por tanto, pudo ser hacia 1624 cuando, según declaraba: “yo fundé una cofradía de la birtud (sic) de la ssantissima birjen de guadalupe en la dicha iglesia del señor san lucas donde están asentados por esclabos de la santísima birjen muchas personas debotas”. Y, reiterando la manda anterior, concluía: “mando y es mi voluntad que al benefisiado que susediere […] se le entregue el libro de los esclabos y que continúe esta santa debosión”. Más allá de los testimonios que narran sus experiencias sobrenaturales con esta imagen -que la tradición cuenta que fue donada por el rey Alfonso XI-, quizás detrás del hecho de alentar su culto subyaciera el intento de conseguir un elemento en torno al cual reunir los apoyos económicos de que tanto carecía, al parecer, el viejo templo alfonsí. Lo cierto es que la cofradía será capital para su mantenimiento. Así, pues, Padilla obró el milagro.
Al margen de sus labores al servicio del templo donde pidió ser enterrado, las últimas voluntades del Dr. Padilla reflejan también esa elevada formación intelectual que le permitió acceder a un beneficio que, como el de San Lucas, se obtenía por oposición. Hablamos de su biblioteca. Después de una vida de estudio y solaz, sus libros venían a ser, ahora, una propiedad más a poner en venta con la que hallar la liquidez necesaria para cumplir las distintas mandas del testamento. Algo muy común en la época. Gracias a ello, sabemos que Padilla poseyó unos cuatrocientos tomos de libros que abarcaban materias como la Escritura Sagrada, la Teología escolástica y las Humanidades. A ellos se unía una cantidad indeterminada de libros sobre historias de órdenes religiosas y otros de materias no especificadas. Sólo esos cuatrocientos volúmenes ya representaban una notable biblioteca “profesional”. Una biblioteca que albergaría manuscritos y otros documentos relacionados con esa Historia de Jerez que comenzó a escribir hacia 1630 a instancia del cabildo municipal. Entre esos “papeles” pudieron estar aquellos “que estando en la ciudad de Sevilla en cierto negocio una persona me dio […] los cuales los he tenido guardados con mucha fidelidad y son de esta nobilísima ciudad” y que al punto mandaba que fueran devueltos a la Ciudad. ¿Quién sabe si hoy, sobreviviendo al Tiempo y a las desamortizaciones, algunos de los libros del doctor Padilla que fueron a parar al convento de Santo Domingo o aquellos que fueron al de San Agustín y al Colegio de la Compañía de Jesús aún acumulan polvo en algún arrinconado estante? ¿Quién sabe?
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