Lo maravilloso cristiano
Jerusalén liberada | Crítica
José María Micó publica una nueva traducción en verso de la ‘Jerusalén liberada’ de Tasso, cumbre del Renacimiento italiano y una de las grandes epopeyas de todos los tiempos
La ficha
Jerusalén liberada. Torquato Tasso. Edición, notas y traducción de José María Micó. Acantilado. Barcelona, 2024. 784 páginas. 49 euros
En lo que se refiere a Occidente, la épica nació en la Grecia arcaica de la mano de dos poemas fundacionales, la Ilíada y la más reciente Odisea, de los que derivan todas las realizaciones posteriores, incluida la Eneida que no se entendería sin ellos. Ya en la Edad Media, dejando al margen las antiguas literaturas germánicas o la bizantina, las escritas en los primitivos romances –o en el latín conservado como lengua culta– continuaron una tradición que alumbró los cantares de gesta, el ciclo carolingio y la materia de Bretaña. Si hablamos del italiano, tres son los grandes poemas épicos, el primero compuesto a comienzos del siglo XIV, como culmen del espíritu medieval y a la vez obra de transición, y dos en el XVI, ya en pleno Renacimiento: la Comedia (1321) de Dante, el Orlando furioso (1532) de Ariosto y la Jerusalén liberada (1581) de Tasso. Los tres han sido editados y traducidos por el filólogo, ensayista, poeta y músico José María Micó, autor de excelentes versiones que en el caso de esta última –la anterior traducción completa en verso fue publicada en 1887 por el mexicano Francisco Gómez del Palacio– rinde un servicio especialmente valioso. Como la de la Comedia, su versión de la Gerusalemme liberata ha sido acogida por Acantilado en un espléndido volumen bilingüe que ofrece la traducción en cuerpo mayor y a pie de página, en doble columna, las estrofas originales.
Tasso recrea la histórica conquista de la ciudad santa durante la Primera Cruzada
Frente a sus precedesores, el menos conocido Orlando enamorado (1495) de Boiardo y el muy celebrado e influyente Orlando furioso de Ariosto, el poema de Tasso, como explica Micó, nace en un momento de recuperación de la preceptiva aristotélica, hacia mediados del Quinientos, que lleva a eruditos y comentaristas a defender la vuelta a los modelos clásicos de Homero y Virgilio. Ya en el poema caballeresco Rinaldo (1562), obra de primerísima juventud, había en parte intentado Tasso amoldar las evoluciones del héroe al ejemplo de los antiguos, pero será en la Jerusalén liberada, una obra de compleja historia editorial a la que dedicó largos años de escritura o reescritura, donde se proponga seguir más de cerca el ideal de la verosimilitud a través de un argumento histórico: la conquista de la ciudad santa (1099) durante la Primera Cruzada. Frente a otros posibles, la elección parece difícilmente separable del contexto de enfrentamiento entre la cristiandad y el imperio otomano, que en esos años, tras la reciente y decisiva batalla de Lepanto (1571), seguía muy presente en la geopolítica del Mediterráneo.
Los episodios fantásticos y sentimentales siguen remitiendo al mundo de la caballería
Ahora bien, aunque ligada a un acontecimiento real y presidida en teoría por una mayor unidad de acción, en línea con su propósito neoaristotélico, la epopeya de Tasso no deja de incluir numerosos episodios fantásticos –prodigios, encantamientos, intervención de poderes celestes o demoniacos– y sentimentales que siguen remitiendo al mundo de la caballería. Además de su protagonista, Godofredo de Bullón, “el caudillo / que el gran Sepulcro liberó de Cristo”, como se lo presenta al inicio, comparecen otros personajes históricos como Tancredo o Solimán e inventados –todos lo son en el fondo, naturalmente– como Rinaldo, Argante, Clorinda, Herminia o Armida, cuyos nombres resuenan en las múltiples recreaciones posteriores. Los ecos clásicos y medievales conviven con la incipiente sensibilidad de la era moderna, aún no emancipada del orden teocrático pero ya visible en un hibridismo, como lo llama Micó, que poco después fructificaría en la prosa. Para hacer compatible la invención y la fe, Tasso recurrió a la expresión “lo maravilloso cristiano”, pues fuera del ámbito de la religión verdadera lo sobrenatural no sería verosímil. Por ese lado, sin embargo, el de la doctrina, se le complicó la poética, cuando no sólo algunos lectores escogidos o los inquisidores, sino incluso él mismo empezó a pensar que había abusado de los elementos sensuales y novelescos, los mismos que sustentaron su éxito inmediato y siguen cifrando, siglos después, buena parte del perdurable encanto del poema.
El poema aúna el noble aliento de la épica y el inconfundible sabor de la aventura
En la edición canónica, la Jerusalén liberada se divide en veinte cantos y contiene más de quince mil endecasílabos agrupados en octavas, aquí traducidas en versos sueltos de los que los dos finales riman en asonante o consonante. Por su valor intrínseco y por su formidable influjo, también en la pintura o la música, la obra de Tasso es uno de los clásicos que han nutrido el imaginario europeo y necesitan de actualización periódica para seguir vivos, o sea para que puedan, como diría el traductor, seguir siendo vividos. La elegante versión de Micó, con su naturalidad desprovista de retórica, acerca el poema al oído contemporáneo y ayuda a garantizar esa pervivencia, que más allá del lugar en los manuales se renueva en cada lectura. Merece la pena adentrarse en un relato vibrante que alterna batallas, lances heroicos, amores conflictivos, conjuros y misterios: el noble aliento de la épica y el inconfundible sabor de la aventura.
El mito de Tasso
Hijo de un poeta soldado que fue amigo y compañero de armas de nuestro Garcilaso, con quien combatió en Túnez al servicio del César Carlos, Tasso perteneció, como Ariosto, a la corte de los Este, que habían convertido a Ferrara en uno de los centros culturales de la Italia renacentista, primero al servicio del cardenal Luigi y después al del duque Alfonso II. El edulcorado apelativo de Cisne de Sorrento no se corresponde con el trágico itinerario de un hombre profundamente melancólico al que la insatisfacción, las intrigas cortesanas, una inquietud religiosa obsesiva –favorecida por el nuevo clima de la Contrarreforma– y el purismo de los retóricos, acabaron llevando al desvarío. Mientras su obra magna, contra la voluntad del poeta, se difundía y lograba una fama arrolladora, Tasso penaba en el hospital de Santa Ana, donde estuvo encerrado siete años en los que no dejó de escribir o enmendar sus versos. Allí lo visitó Montaigne, uno de sus admiradores contemporáneos, como lo serían Shakespeare o Cervantes, pero el mito del genio atormentado y perseguido se debe sobre todo a los románticos. Si Leopardi celebró el “desventurado ingenio” de Tasso, cuyo entonces modesto sepulcro en Roma visitaría conmovido, Goethe lo convirtió en el protagonista de un drama titulado con su nombre y Byron le dedicó un poema, The Lament of Tasso, donde proyectaba en el personaje sus propias angustias, inspirado por la visita a su celda a la que peregrinaron también Shelley, Chateaubriand o Lamartine.
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