El latido eterno de las plazas de Cádiz

Diario de las Artes

JUAN MANUEL FERNÁNDEZ-PUJOL

Castillo de Santa Catalina

CÁDIZ

Retrato de Juan Manuel Fernández-Pujol realizado por su sobrino Pablo.
Retrato de Juan Manuel Fernández-Pujol realizado por su sobrino Pablo.
Bernardo Palomo

23 de julio 2024 - 03:49

El discurrir del propio arte, alocado, vertiginoso, cainita, sin miramientos, inexorable, puede que muchas veces, hasta sin sentido, hace que se pierdan muchas perspectivas y que las circunstancias inabarcables del relato artístico produzcan desajustes y condenen a un incomprensible ostracismo muchas facetas que, creo, deberían ser más tenidas en cuenta de lo que habitualmente se hace. Estas simples premisas oteadas por este observador impenitente pueden que se atribuyan a muchos de los registros infinitos que posibilita el arte, en general y el contemporáneo, en particular. Hoy vemos demasiados encuadres desenfocados por acciones y actitudes que ponen mucho desorden en la creación artística. Excesivo elitismo conformante, producto de un exceso intelectual y snobista que hace desfigurar una realidad con muchísimas menos exigencias. Es verdad que el arte debe estar bien sustentado conceptualmente pero sólo en su justa medida, esa que sirve para definir y estructurar la idea. Tantos añadidos como se dan en el proceso creativo convierten a la obra artística en un maremágnum que, la mayoría de las veces, perjudica ampliamente la propia consideración de lo artístico.

Esta exposición, justa y necesaria, de un artista gaditano total nos hace acrecentar esta opinión sobre la pérdida de horizontes en la práctica artística. La muestra de Juan Manuel Fernández-Pujol nos lleva a situarnos en la visión extrema y totalitaria del paisaje urbano gaditano; paisaje de un Cádiz cercano que, quizás, pasa desapercibido por el desenfreno existencial y porque, probablemente, miramos demasiado poco hacia arriba o hacia algunos de los espacios que componen unas plazas de Cádiz llenas de sentido histórico y artístico. Lo hace sin concesiones, abiertamente, buscando que el relato exacto de la representación marque sus máximas coordenadas y plantee la verdad de una ciudad que pasa muchas veces de puntillas porque lo implacable de la existencia cotidiana nos hace deambular sin ver lo más inmediato y lo más evidente.

La exposición en el Castillo de Santa Catalina nos descubre a un artista de muy amplio espectro. Aparejador de profesión, Juan Manuel Fernández-Pujol plantea el paisaje arquitectónico con esa solvencia dibujística de la que hacen gala los buenos profesionales que se relacionan con la arquitectura. Un dibujo que es definitivo, que sustenta una más que preclara realidad urbana, con los encuadres perfectos para descubrir esos esquemas ciudadanos que, por inmediatos, se distancian de la realidad visual a pie de calle.

Obra de Juan Manuel Fernández-Pujol.
Obra de Juan Manuel Fernández-Pujol.

Las plazas de Cádiz, bellas, distintas, armoniosas y de una elegancia suprema, son pintadas con la absoluta claridad de un artista que sabe mirar más allá y profundizar en todos los elementos que componen un horizonte abierto, pero íntimo. Juan Manuel Fenández-Pujol nos conduce por ese estamento pictórico de difícil manifestación formal que es la acuarela, sabiamente estructurada sobre un dibujo diferenciador que asume la posición sustentante de una realidad plástica que él domina y a la que le otorga una dimensión superior.

Porque las piezas que se nos ofertan en el antiguo recinto militar gaditano no son sólo imágenes correctas de la ciudad; son retazos de vida, miradas profundas que no se quedan en las bellas superficies sino que nos introducen en la historia y en la vida de una ciudad que está eternamente viva y a la que se ha de descubrir con miradas limpias, sabias y profundas. La exposición con la obra del académico recientemente desaparecido, ha sido sabiamente conducida y comisariada por su hermano, el arquitecto José Ignacio Fernández-Pujol, que ha sabido dar con las claves de una pintura que es infinitamente más que la ilustración urbana de una ciudad en todo su justo esplendor.

En las obras nos encontramos con una pincelada exacta, dominadora, contundente; sabio testimonio artístico del que, primero, sabe dónde mirar, qué mirar y cómo mirar y que, además, conoce la realidad de un paisaje que el artista nos descubre magnificando su íntima condición urbana y dotándolo de calidez plástica, de potencia descriptiva, de rotundidad expresiva y de lúcido argumento artístico. Las acuarelas de Juan Manuel Fernández-Pujol no esconden nada; argumentan la autenticidad de un paisaje captado con la seguridad del que posee una mirada privilegiada, un conocimiento de su identidad y una rigurosa resolución pictórica. Sus acuarelas configuran el sentido último de una pintura abierta donde todo ha sido formulado para que el paisaje gaditano suscriba su preclara dimensión representativa.

Con la obra de Juan Manuel Fernández-Pujol, Cádiz se eterniza aún más y proclama su máxima rotundidad expresiva.

Una exposición, en definitiva, para sentir el latido imperecedero de la ciudad.

Bruno García, alcalde de Cádiz, en la inauguración de la exposición de Juan Manuel Fernández-Pujol.
Bruno García, alcalde de Cádiz, en la inauguración de la exposición de Juan Manuel Fernández-Pujol.
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