Mario Vargas Llosa, entre la obra y la propia vida
Muere Vargas Llosa
En las páginas del autor se advierte el pálpito inimitable del talento más torrencial, sin disfraz, sin la hipocresía de una impostura pretendida.
Muere Vargas Llosa

Combatió en la Guerra del Fin del Mundo, mientras Lituma seguía recorriendo Los Andes, su sobrina sonreía en el París de su juventud y Pantaleón conocía a las Visitadoras. Todo comenzó muy pronto en la Ciudad, con los perros, tras una Conversación en la Catedral, en su Casa Verde, en su Lima siempre amada, y desde entonces no dejó de asombrarnos. Como Pez en el Agua, recorrió todos los océanos de la Literatura, prestigiándola siempre, seduciéndonos con cada palabra. En una Fiesta continua, demostrándonos que el Paraíso podía estar en cualquier Esquina.
Es muy complicado determinar en algunos escritores, en los escogidos, la línea que separa la vida de la obra, o la obra de la vida, como prefieran, que el orden de los factores proyectan el mismo asunto. Escritores que construyen su propio mundo, su propia patria, un lugar en el que encerrarse y crecer, para hacernos soñar a su lado. Uno de esos escritores, enfermo, atragantado, manantial, océano, esclavo de Literatura, es (fue, y siempre será) Mario Vargas Llosa. Hoy nos toca hablar del genial escritor peruano porque ha fallecido, y hemos de recuperar su obra, sus grandes títulos, los puntos cardinales de su existencia, sus frases más notables. Toca recuperar y celebrar al hombre, al autor, al Nobel de Literatura. Me detengo justo en ese instante, como el objetivo de su querido Daniel Mordzinski, ese fotógrafo privilegiado que tan bien lo retrató.
Mordzinski acompaña a Llosa y su familia a Estocolmo, y es que el escritor peruano quiere conservar un bonito recuerdo de un momento crucial de su carrera. Un premio, el Nobel, tal vez tardío, que hubiera merecido muchos años antes, cuando su colección de hipopótamos apenas contaba con media docena de ejemplares, quince o veinte años antes. No pudo ser más acertado el consejo de su tío Lucho, un consejo que es la señal de dirección sobre la que Llosa dirigió sus pasos. Sonó el teléfono, de madrugada, el escritor y su esposa creyeron que les despertaba la tragedia, a esas horas el teléfono suele tener línea directa con el dolor. Después pensaron que se trataba de una broma, de algún descerebrado que había conseguido su número. Hasta que certificaron la noticia, pasaron catorce minutos, tiempo que el escritor empleó en trazar el flashback literario y personal de su vida. Las palabras del tío Lucho en primer lugar, aquel concurso literario de juventud, la llegada a España, las tardes con Carlos Barral, el temple de la visionaria Carmen Balcells, París, Madrid, Londres, el enfrentamiento a Fujimori, el sueño conquistado.
Desde que recuerdo, he celebrado con ímpetu festivo cada nuevo título de Mario Vargas Llosa, al que siempre he considerado como uno de los grandes autores de la Literatura mundial. Más allá de sus posicionamientos ideológicos –que han oscilado a lo largo de los tiempos-, adentrarme en una nueva obra de Llosa, especialmente una novela, es sentir muy cerca, frente a tus ojos, el pálpito inimitable del talento más torrencial, sin disfraz, sin la hipocresía de una impostura pretendida. Literatura, pura Literatura.
Entre sus voces destaca ese niño de Miraflores que, curioso y atrevido, se asoma al balcón del mundo y nos muestra todos sus descubrimientos
El que Llosa adquiriera la doble nacionalidad, peruana y española, y que ingresara en la Academia de la Lengua, lo entendí como un verdadero halago a nuestras letras, un lujo, todo un placer. Vargas Llosa siempre contó con la capacidad de construir una brillante y luminosa carrera literaria sin caer en la tentación, tan extendida, por otra parte, de escribirse mil veces y volver a reescribirse. No se ha detenido en los géneros, en las temáticas, humorístico o intimista, su voz siempre se ha impuesto por encima de las posibles etiquetas. Debo de reconocer que tengo una especial predilección por el Vargas Llosa sarcástico, por ese niño de Miraflores que, curioso y atrevido, se asoma al balcón del mundo y nos muestra todos sus descubrimientos. Más allá de los Andes, Miraflores, París o Madrid, Vargas Llosa es un honorable morador de la patria que un día delimitó Cervantes, una patria común, construida alrededor de nuestro idioma. Una patria a la que honró como pocos, en cada obra.
Cuando un grande de la Literatura nos deja, repetimos aquello de que muere la persona, pero su obra permanece. En este caso, sin la hipocresía de un dolor calculado, es cierto. Y más que su obra, permanece su mundo, su universo, infinito, sólido, genial, sensual y real. Legado de un autor que abordó la vida como una novela que protagonizó dentro y fuera de la ficción, más allá de las palabras. Donde las emociones engañan a las fronteras que trazamos los humanos. Hasta siempre, maestro.
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