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La metáfora del arte y alguna de sus muchas derivas

Diario de las Artes

Antonio Agudo.
Bernardo Palomo

03 de julio 2022 - 07:00

Obra de Paco Pomet.

La creación artística pasa por unos momentos de verdadera indefinición. No es fácil para el espectador mediano, ni para el aficionado ejemplar que asiste impertérrito a ese vasto horizonte de propuestas, ni para el avezado estudioso de la historia del arte, ni para el ”modernito” snob que gusta crear expectantes empatías con infumables propuestas de imposible asimilación, ni para el propio colectivo de artistas en ejercicio que trabajan diariamente atendiendo a sus criterios y en medio de un proceloso mar de asuntos que, lejos de favorecer los trabajos, posibilitan derivas peligrosas por incongruentes. Si en esas esquivas circunstancias se encuentra el grueso de los que, más o menos, poseen algunos de los argumentos para, mínimamente, saber por dónde se circula, la mayoría de los que, por primera vez, se acercan a lo artístico, impulsados por cualquier interés, se dan de cara con un incontrolable escenario de posibilidades que subsisten casi por generación espontánea.

Les voy a poner un ejemplo que – intentaré – les pueda aclarar más el asunto de por dónde está la situación y cómo es casi imposible tener un mínimo de claridad. Tengo una joven conocida, amante a más no poder de todo lo relacionado con las artes. Ella, de siempre, tuvo ciertas inquietudes artísticas y, más tarde, decidió afrontar los caminos de la práctica pictórica. Empezó como habitualmente se plantean las enseñanzas artísticas, copiando modelos y fijando las líneas de una mimética desesperante a la que se le concede la máxima potestad. Todo debía de ser acercamiento absoluto a lo que la mirada capte. Lo demás, de poco servía; ni siquiera la aproximación a la historia grande lo que ha habido con objeto de curtir la vista de hechos trascendentes.

Pero, desgraciadamente, en la enseñanza al uso, hechos tan importantes como aspectos formales, sentido del color o de la expresión o desarrollos no figurativos… no entran en la mayoría de los aprendizajes que sólo predisponen a los nuevos para copiar, de la mejor manera, lo que se les ponen por delante. Así empezó aquella joven hasta que se aburrió soberanamente. Pero ella, inquieta donde las haya, buscó, preguntó, observó, pareció descubrir y, un día se encontró con un campo extensísimo donde había tal cúmulo de circunstancias que se abrumó y volvió – la pobre – a recluirse en su poco arriesgada actividad de copiar lo que tenía delante.

Pero, había dado un primer paso y, ya, con la mera copia, no se conformaba. Volvió a salir de su acomodada estancia de definir lo que estaba definido. Le mostraron que había muchas rutas a seguir, muchas más, peligrosas y, otras, difíciles, pero con infinitos alicientes para caminarlas. La osadía de la joven y su gran interés, le hizo atreverse con todas y en todas quiso, al menos, dar los primeros pasos. Había espacios donde el paisaje parecía esplendoroso, con atractivas claridades que cautivaban. Aquello era bonito; hasta producía buenas sensaciones; sin embargo, el natural desasosiego de la muchacha le llevaba a percibir algo extraño y poco natural. Todo parecía bueno, pero satisfacía a medias.

Paisaje 2. Obra de Julia Santa Olalla.

Podíamos decir que era ese arte bonito en apariencia, bien compuesto, pero insustancial y frío; efectista y con poca verdad. Además, se adivinaban personajes, aparentemente encantadores, pero que producían frías sensaciones. Estos, desde elucubraciones dialécticas y pseudoliterarias, intentaron convencerla de lo bonancible de este panorama y, casi lo consiguen. Más tarde, la invitaron a tomar por otros parajes. En ellos se encontró con un poco de todo, cosas que le agradaron, asuntos frívolos en insustanciales, desarrollos complejos, posiciones atractivas y maneras repulsivas. En ese laberíntico horizonte poco podía atisbar.

Luego vendrían escenarios más rocambolescos; argumentos de imposibles resoluciones; planteamientos elucubrantes que patrocinaban esquemas incomprensibles; teatrales formulaciones con intervenciones escénicas que creaban expectación pero pocas inclinaciones verdaderamente convincentes. Para más inquietud, se superponían manifestaciones; todo podía ocurrir en un espacio donde lo de menos era el desarrollo de una acción artística con muchas situaciones pero pocas maneras.

La joven estaba inmersa en un estado de absoluta alteración. ¿Qué pasaba en el arte actual? ¿Qué era bueno y qué simples ocurrencias? ¿Cuál era la buena pintura en la que ella tanto había creído? ¿Quiénes eran los artistas con mayúsculas entre tanto embaucador y charlatán? ¿En quién confiar? ¿A dónde acudir?... ¿?

Este que esto les escribe, después de cuarenta años consumiendo arte todos los días, no es capaz de saber nada. Se levanta inquieto, con muchas buenas inquietudes y grandes expectativas. Se acuesta abrumado y sabiendo un poco menos que el día anterior. Y ¿por qué? No lo sé, nadie lo sabe. Y, créanme, me duele en el alma.

A mi querida joven artista, en ciernes, la animo constantemente. Cree en el arte. Busca el arte en el arte de siempre, le digo. Yo, mientras tanto, pienso en aquella genialidad del gran Rafael El Gallo: “¡Clásico, e lo que no se pue hace meho!”.

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