La noche de los 'indies' vivientes
El relevo generacional se gesta en El Puerto, con magníficos grupos recién salidos de fábrica Los veteranos The Posies y Chucho hacen de la nostalgia su principal arma
"¡El indie ha muerto, el indie ha muerto!", brama Carlos Jean en la puerta de El Niño Perdido. No se sabe muy por qué lo dice. Acaban de triunfar hace unos segundos I didn't see the car, un combo madrileño que han estudiado a B 52's y tienen todos los discos de Franz Ferdinand y los Arctic Monkeys. Están en la cartera de Muwon, la empresa de Carlos Jean que mueve nuevos valores. Y Carlos Jean repite, al borde de ponerse pesadito: "¡El indie ha muerto, el indie ha muerto!" .
Quizá porque el indie (independiente) nunca existió. Quizá porque todos estos chicos que botan al ritmo del grupo que patrocina Carlos Jean son muertos vivientes sin saber que lo son. Podría ser como ese gag de los Monty Python en el que el líder grita a la multitud: "¡Todos somos diferentes!" "¡Yo no!", se escucha entre la multitud. "Bueno, hay uno que no lo es", admite el líder. Carlos Jean es el que no es indie, todos los demás en este festival, sí. O no.
El debate carece de trascendencia en la larga espera que anuncia la demolición. En la sala Gold los técnicos se ahorcan con los cables. Seis australianos observan con curiosidad el laberinto. Son Money for Rope y sólo su buen nombre impide que durante la larga hora que tarda en solucionarse el conflicto entre el ser humano y la electricidad la sala no se vacíe. El público espera paciente pagando tres con cincuenta por cada tercio de Cruzcampo, un precio que por sí mismo es capaz de acabar con los negros augurios de deflación.
Llega el momento. Dos baterías construyen un muro de sonido a espaldas de un bajo memorable y un cantante que parece nacido para el espectáculo. Dejémoslo claro: el Monkey alumbró la noche del viernes un carnero de oro. La hora larga que Money for Rope entregaron sobre el escenario será recordada durante mucho tiempo por un público asombrado ante el vigor de una banda que hace un rock de una brillantez inmaculada. Nada nuevo pero que suena a muy nuevo en estos chavales herederos de lo mejor que ha dado la música australiana, de Radio Birdman a los Saints, con toques épicos y melodías arrebatadoras. Ejecutan desgarradoras canciones que ellos nutren de osadía juvenil con un manejo virtuoso de las guitarras, que parecen prolongaciones de sus miembros. Los aficionados vamos a oír hablar muy pronto de Money for Rope, que firmaron uno de los mejores conciertos de toda la historia del Monkey.
Mala suerte para sus sucesores. Como cualquier neófito sabe, una cata de vinos generosos debe empezar por los más suaves para terminar con los de mayor cuerpo para que el paladar vaya progresando en la detección de sabores. Si se hace al revés, los vinos más suaves no saben a nada. Money for Rope eran un amontillado de demasiado cuerpo para ponerse luego a degustar glorias pasadas cuyas esencias se han ido evaporando. En la sala Mucho Teatro, Chucho -que es la banda de una leyenda del pop nacional, Fernando Alfaro- satisfizo a sus incondicionales, que corearon algunos grandes éxitos con devoción fan, pero no existió una conexión real con el público que llenaba el aforo de la sala. Estuvieron bien, sin estridencias. Había que reservarse para lo que venía después: The Posies.
The Posies forman parte de la memoria sentimental de los 90. Su power pop elegante marcó un tiempo y, sin llegar a ser unas grandes estrellas, situaron un puñado de canciones en la banda sonora de aquel tiempo gobernado por el grunge. Su tarea en el Monkey era, por tanto, de reconstrucción nostálgica. En la madrugada de ayer tenían que ejecutar su tercer disco, Frosting on the Beater, de 1993. Había muchas ganas de escuchar a Jon Auer, que se ha comido una vaca, y Ken Stringfellow. Fue bonito. Por riguroso orden de aparición en el disco arrancaron con el Dream All Day y el público hizo los coros. Problema. Sin duda, el himno de ese disco es el segundo corte, Solar Sister, el tema que todo el mundo esperaba. Y a por él que se fueron The Posies. Éxtasis. Una buena parte del público la cantó entera, a voz en cuello, con los puntos y las comas. Fue tal la energía que desprendió esa brutal balada que las almas se vaciaron; algunos, tras el ejercicio vocal y la constatación de que la estructuras óseas y las renuncias musculares se deterioran con la edad, acudieron a la barra a pedir una transfusión. The Posies continuaron con su bolo, sobreactuando en las distorsiones, intentando ganarse a la parroquia, pero lo cierto es que el concierto fue languideciendo. Toda la gasolina se había quemado. Tal vez por eso que decía Carlos Jean, eso de que el indie ha muerto, fuera lo que fuera lo que quería decir. Pero si The Posies ya sólo nos traen nostalgia hay algo en Australia que anuncia un nuevo tiempo.
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