Signos en la noche
Nocturno | Crítica
Fórcola recupera el libro donde d’Annunzio, herido durante la Gran Guerra en un accidente de aviación, hizo recuento de su itinerario en una prosa arrebatada, febril y visionaria

La ficha
Nocturno. Gabriele d’Annunzio. Edición de Javier Jiménez. Traducción de Julio Gómez de la Serna. Fórcola. Madrid, 2025. 396 páginas. 29,50 euros
La posteridad ha proyectado sobre Gabriele d’Annunzio, que fue en vida uno de los escritores más celebrados e influyentes de la Europa de entre siglos y también después, en las convulsas primeras décadas del Novecientos, un halo equívoco que por una parte reconoce su pintoresco malditismo y por la otra condena sus extravagancias y desafueros. El italiano había sido uno de los grandes exponentes de la escuela decadentista y ya entonces sorprendió su reconversión en precursor directo del fascismo, apenas redimido –como le ocurriera a Curzio Malaparte– por su enfrentamiento postrero con Mussolini. En esta deriva, el devoto de los simbolistas franceses y de los estetas británicos confluyó con personalidades muy alejadas de sus gustos como Marinetti y la novísima vanguardia futurista, con la que sin embargo mantenía algunos puntos de contacto, siendo el principal de ellos su debilidad por la retórica ultranacionalista que tras la Gran Guerra, espoleada por el lema d’annunziano de la vittoria mutilata, tomó cuerpo en el credo fascista. Como otros temperamentos excesivos, se movía entre lo sublime y lo ridículo, pero lo cierto es que fue idolatrado en su tiempo, dentro y fuera de las fronteras italianas, y que su magnetismo personal, a juzgar por el historial de relaciones que se le atribuyen, debió de ser muy poderoso.
Los ases de la aviación asumieron el papel que habían ejercido los oficiales de caballería
Este raro libro, Nocturno, originalmente aparecido en el tomo II de las Obras completas que tradujo Julio Gómez de la Serna para Aguilar, a finales de los años cincuenta, y recuperado ahora por Fórcola al cuidado personal de su editor, Javier Jiménez, se sitúa en el momento final de la evolución que llevaría a d’Annunzio desde el esteticismo en su vertiente más transgresora a una forma de épica, indudablemente moderna, que actualizaba el modelo heroico –incluidos los duelos singulares– en la figura del piloto de guerra. Hijos de Ícaro, como fueron llamados, con expresión que revela a la vez la vigencia del imaginario antiguo y su cualidad casi mitológica, los ases de la aviación –lo fue también Hermann Goering, futuro líder nazi, integrante de la célebre escuadrilla de Manfred von Richthofen– asumieron el papel que hasta entonces, cuando la industrialización los desplazó del teatro de la guerra, habían ejercido los oficiales de caballería.
Ya antes de aparecer, el libro se convirtió en un éxito publicitario y en una obra de culto
Los desvaríos del d’Annunzio de la posguerra, como la delirante toma de Fiume y su instauración del Estado Libre, con su irrepetible mezcla de cesarismo e ideas libertarias, no se explican sin esta condición de osado excombatiente que había protagonizado gestas como la llamada Burla de Buccari –de la que se trata en el apéndice– en la que comandó un audaz asalto al puerto austrohúgaro o el no menos publicitado Vuelo sobre Viena. La escritura de los Cuadernos de guerra de un aviador entre tinieblas, como reza el subtítulo, nació como consecuencia del accidente aéreo en el que d’Annunzio perdió la visión de su ojo derecho y tuvo que permanecer varios meses vendado, hacia el ecuador de la contienda en 1916. En ese tiempo, como explica el editor, ayudado por su hija Renata, la Sirenetta, nacida de la relación adúltera del poeta con una princesa siciliana, sobrellevó la convalecencia escribiendo frases en finas tiras de papel (cartigli) que iba acumulando para componer este libro excepcional, que no vería la luz hasta 1921 –un año antes de la marcha sobre Roma– y ya antes de su aparición se había convertido en un éxito publicitario y en una obra de culto. En sus páginas, desde una desacostumbrada conciencia de vulnerabilidad, d’Annunzio hace el personal balance de una vida que desde la ya lejana juventud –el escritor tiene entonces cincuenta y tres años– ha estado consagrada, según su apreciación, a la búsqueda de la belleza, indisociable del placer derivado de poner la vida en riesgo.
El aviador ciego alumbra un discurso desnudo, introspectivo, torrencial, libérrimo
Lírico, fragmentario, febril, Nocturno es un libro denso y a veces oscuro, pero lleno de hallazgos luminosos, atravesado por una escritura visionaria, oracular, de una intensidad desusada que lo asimila a un largo y conmovedor poema en prosa en el que el Vate, su sobrenombre reverencial, más justificado que nunca al ejercer de “ciego vidente”, deja de lado la norma estricta –y también las galas características de su estilo enjoyado– para alumbrar un discurso desnudo, introspectivo, torrencial, libérrimo, sólo disfrutable en pequeñas dosis. La edición de Fórcola incluye las elegantes ilustraciones y tipografías de Adolfo de Carolis, representante del Art Nouveau en Italia, donde la corriente se llamó estilo Liberty y fue tempranamente celebrada por el propio d’Annunzio, y un conjunto de paratextos donde el editor aporta abundante información valiosa. A su juicio, estos “signos en la noche”, como los llamó el aviador herido, son su mejor libro. Quizá sea porque al quitarse momentáneamente la máscara del poeta o la del soldado, aunque ambos estén presentes en el recuento, d’Annunzio mostraba por primera vez la intimidad del hombre.
Un prosista exquisito
El mismo sello Fórcola ha venido rescatando en los últimos años obras que no se cuentan entre las más difundidas del autor de El placer (1889), El inocente (1892), El triunfo de la muerte (1894) o El fuego (1900), por citar algunas de las que cimentaron el prestigio de d’Annunzio a finales de la centuria antepasada: dos libros de crónicas y un apasionado epistolario, No dejaría nunca de escribirte, donde se recoge la correspondencia del poeta de Pescara con una de sus amantes, la “bella romana” Barbara Leoni. A la traductora que se ocupó de editar esos libros, Amelia Pérez de Villar, le debemos la versión española de la biografía El gran depredador, donde Lucy Hughes-Hallett retrata la faceta más histriónica del Vate. Sigue pendiente de traducción el ensayo biográfico de un excelente conocedor del periodo, Maurizio Serra, autor de ineludibles aproximaciones a Malaparte, Svevo o Marinetti, que ha profundizado en la caracterización de los estetas armados –como los llama en un ensayo de referencia, también disponible en Fórcola– más allá de los prejuicios y la fácil caricatura. El historial de conquistas de d’Annunzio se ha vuelto problemático para la sensibilidad actual, pero si la leyenda del fauno insaciable o del bravo condotiero no proyecta ya el halo de seducción que cautivó a muchos de sus contemporáneos, pues tanto sus afinidades políticas como su sexualidad compulsiva están lejos de los estándares de nuestros días, su literatura no puede no seguir atrayendo a los amantes de la buena prosa.
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