'El pan de Emaús', las otras voces de los Evangelios

Álvaro Romero Bernal posa con su obra.
Álvaro Romero Bernal posa con su obra.
Manuel Bernal

31 de marzo 2025 - 18:10

La editorial LaBaja Andalucía acaba de publicar 'El pan de Emaús', de Álvaro Romero Bernal, un texto de 119 páginas que recorre, desde la primera persona, las reflexiones de los que diríamos personajes de reparto en ese relato fascinante a que dieron lugar las diferentes versiones que conocemos sobre la vida de Jesús de Nazaret. Un libro que está recorriendo la Andalucía cofrade y que esta semana será presentado en la provincia gaditana.

Tiene la obra el propósito de poner cara a trece personajes que, si bien se han citado alguna vez en torno a Jesús, no han tenido el protagonismo de las mujeres más cercanas ni el de sus discípulos más queridos, con la excepción de Judas, que por su papel en el relato evangélico sería un personaje de primer orden. También podría serlo José, el padre putativo de Jesús, pero la realidad es que seguramente por su generosidad ha estado siempre en ese segundo plano que aquí decimos, después de aceptar la paternidad de un hijo que sabía no era suyo, pero para el que le sobraron las palabras del ángel que se le aparece y que le “susurró que el Niño que esperaba María era Hijo del Altísimo. Eso sí lo recuerdo. Hijo del Altísimo, dijo. Y a mí se me quedaron aquellas palabras grabadas cuando incluso desperté, más tarde que nunca, y me dirigí a casa de María como si nada hubiera ocurrido” (p.47).

Portada del libro.
Portada del libro.

Así Judas, Isabel, Marta, José, la suegra de Simón, la mujer adultera apedreada, el centurión, Malco, Simón de Cirene, Dimas, Nicodemo, Cleofás y Tomás el Apóstol o Tomás Dídimo, el mellizo, que es el que cierra con un epílogo la colección, son quienes dan nombre a cada relato, personajes que en muchos casos hemos conocido a partir de la bibliografía cristiana, o en los autos sacramentales que se sucedieron para difundir el credo católico, y ya últimamente con la profusión cofrade, a partir de las escenificaciones que nos propone la imaginería que procesiona en Semana Santa.

Son estos personajes los que toman vida, los que reflexionan con la voz del presente sobre los hechos que les acaecieron en tiempos de Jesús. Y tienen sus voces, sus monólogos interiores, el interés y la gracia de traernos la justificación de sus acciones, o la incertidumbre y los porqués que habían quedado latentes en el devenir de la historia, en la incomprensión de quienes se quedan en la segunda fila, o de quienes gozaron de la cercanía al Maestro y, aunque pudieron jugar un papel trascendental para entender su legado, la falta de notabilidad los ha relegado a la penumbra. Los protagonistas de 'El pan de Emaús' no fueron gente maravillosa marcada por la santidad (algunos sí, ya lo hemos advertido), sino gente más o menos normal que se cruzó con Jesús y que estuvo a punto de perder una oreja, o que vio cómo la fiebre desaparecía en presencia de Él (es el epónimo con el que se refiere al protagonista), o que sufría el desconcierto y la desorientación de Lázaro tras su resurrección, por poner algunos ejemplos. Hay en la recreación literaria de estos personajes la suerte del buen escritor que juega con los recursos y el conocimiento de expresiones propias del acto eucarístico, como cuando dice “’Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios’, […] y creo que todos, quisiéramos o no, empezamos a serlo de veras a partir de entonces” (p.75). O cuando ya al final, Tomás Dídimo afirma: “Hermanos, el Reino está dentro de cada uno de nosotros” (p. 119).

'El pan de Emaús' no es, quizás ha exagerado Antonio García Barbeito, al que se le debe el prólogo, “el más hermoso evangelio sobre los evangelios”, ni es un texto para profundizar en la espiritualidad cristiana, ni en el significado de la Eucaristía; pero sí es una buena oportunidad para reconocer la valía y la humanidad de personajes que han sufrido el infortunio de un papel poco honroso en nuestra “Historia Sagrada”, o el desdén consecuencia de estar en su segunda fila. Y sobre todo para entender con los ojos del presente las posibles realidades que vivieron estos hombres y mujeres que se escabulleron a nuestra mirada mientras fijábamos la atención en el Maestro. Esa es la labor esencial de la literatura y de quienes la escriben: poner el punto de mira en ese segundo término que nos regala la verdad de vivir y en el que estamos casi todos.

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