Niño eterno
Peter Pan: los inéditos | Crítica
Pepitas de Calabaza reúne los textos hasta ahora inéditos en los que J. M. Barrie dejó otras versiones de Peter Pan, traducidos y anotados por Alejandro Lapetra en una edición modélica

La ficha
Peter Pan: los inéditos. J. M. Barrie. Edición y traducción de Alejandro Lapetra. Pepitas de Calabaza. Logroño, 2025. 312 páginas. 24,90 euros
Al margen de su feliz contribución al imaginario de las fabulaciones juveniles, aunque su inmortal criatura no se reduzca a ese ámbito, J. M. Barrie sigue siendo una figura compleja que no encaja del todo en el estereotipo del escritor, también mitificado, surgido de la veneración de generaciones de lectores por el maravilloso mundo de Nunca Jamás. No menos complejo resulta el personaje de Peter Pan y ello en parte se debe a que no nació de una vez, como la mayoría de su homólogos de ficción, sino muy progresivamente y a través de distintas encarnaciones en las que Barrie modificó, matizó, perfeccionó o contradijo su perfil, quizá espoleado por el éxito y por el deseo de introducir novedades que sorprendieran a su público, pero también por una especie de obsesión que parece indisociable de su atormentado itinerario personal y de su relación con los modelos –sus amigos y ahijados los Lewellyn Davies– que le inspiraron la historia. Cualquier aproximación al “niño que no quería crecer” y su trayectoria, sobre el papel o los escenarios, debe tener en cuenta su evolución a través de las distintas fuentes que a lo largo de los años –desde antes del estreno de la aclamada pieza teatral en 1904 hasta los desarrollos últimos de finales de los años veinte– redibujaron su contorno y el de los personajes asociados. Cuatro de ellas seguían inéditas en español y han sido traducidas y excelentemente anotadas por Alejandro Lapetra en un valioso volumen, publicado por Pepitas de Calabaza, que amplía el conjunto de las variaciones conocidas e invita a reconsiderar su riqueza y pluralidad de significados.
En las reveladoras ‘Notas feéricas’, el protagonista aún aparece como villano
La primera aparición del “niño eterno”, aún no emancipado como ente autónomo ni del todo caracterizado en su representación más reconocible, tuvo lugar en forma de cuento –Peter Pan en los jardines de Kensington– inserto en su novela El pajarito blanco (1902). Algo anterior es la fotonovela Los niños náufragos de la isla del Lago Negro (1901), formada por treintaiséis imágenes en las que aparecen los hermanos Lewellyn Davies y el propio Barrie, un divertimento para uso privado. Luego está la aludida obra teatral de 1904, Peter Pan o el niño que no quería crecer, que en su versión definitiva (1928) suele acompañarse del prólogo narrativo Para los Cinco, una dedicatoria, del mismo año, y del epílogo Cuando Wendy creció: una ocurrencia tardía (1908). Junto a la novela, Peter y Wendy (1911), publicada en la estela del triunfo de la obra sobre los escenarios, también con importantes diferencias, y la Propuesta para un guion cinematográfico de Peter Pan (1921) –la célebre versión de Disney data de 1953–, estas obras, tan variadas en cuanto a género, extensión y tratamiento, conformaban el corpus publicado en España al que la edición de Lapetra añade otras: la versión primitiva de la pieza teatral, Anónimo: una obra (1903-1904), ligada al subgénero de la pantomima; las previas Notas feéricas (1903), donde el protagonista aún aparece como villano; el relato El borrón en Peter Pan (1926) y un discurso de Barrie, El capitán Garfio en Eton o el Solitario (1927), en el que se pone de manifiesto el parecido del pirata con su adversario. Cierran la recopilación, que incluye notas relativas a “la escenificación de las obras de hadas” (1904) y la producción de Peter Pan (1908), dos curiosas piezas sobre el motivo del doble o doppelgänger –que inspiró al también escocés Stevenson su memorable novela de Jekyll y Hyde– cuyo contenido se sitúa “en los márgenes”, abonando lo que el editor ha llamado una “circularidad oculta”: el relato El cuerpo en la caja negra (1885) y el bosquejo dramático La casa del miedo o la lucha por el señor Lapraik (1916).
Duende y demonio, Peter siempre tuvo un reverso malicioso e incluso siniestro
De bebé recién nacido a preadolescente, del entorno inmediato de Kensington Gardens al espacio mítico de Neverland, de cuento de hadas para niños a fantasía juvenil de aventuras o clásico para todas las edades, en la línea apuntada por el mismo Stevenson en La isla del tesoro, la historia editorial de Peter Pan es tan fascinante como el personaje. Todas las encarnaciones mencionadas, las siete hasta ahora conocidas entre nosotros y las cuatro que se allegan en este libro, ofrecen retratos complementarios y a veces contradictorios en los que se aprecia, con mayor o menor énfasis, la ambivalencia que rodea al héroe pánico, un duende que sobre todo al principio tuvo mucho de demonio y nunca dejó de lado un reverso malicioso e incluso siniestro. Ese componente oscuro, expresamente señalado por Barrie, estuvo presente desde el inicio y se refleja en su precisa definición de la infancia como “edad feliz, inocente y desalmada”, siendo el tercero de los calificativos tan consustancial a ella como los primeros. Recrearla en su plena naturaleza, y no conforme a tópicos edulcorados, fue uno de los rasgos de su genio.
Entre la vigilia y el sueño
Como recuerda Lapetra, este año se cumple un siglo desde la primera traducción española de Peter Pan y Wendy, realizada por la escritora y periodista coruñesa María Luz Morales –pionera hasta el punto de ser la primera mujer en dirigir un diario de ámbito nacional, La Vanguardia, donde sucedió a Gaziel en los meses iniciales de la Guerra Civil– y publicada por la benemérita editorial Juventud en 1925. Entre las ediciones disponibles, la bibliografía escogida destaca dos que son, también a nuestro juicio, especialmente recomendables dado que incluyen varias de las variaciones en un solo volumen: la de Ana Belén Ramos para Cátedra (Peter Pan, 2011) y la de Maria Tatar para Akal (Peter Pan anotado, 2013). Ambas contienen, junto a la novela, otros desarrollos, pero la primera permite confrontar el texto de aquella con el de la obra de teatro, también publicada en ediciones exentas como la de Siruela. La suya, escribe Barrie, siempre atento a los pormenores de la representación escénica, en las Notas de producción para el Peter Pan de 1908, es una “obra para niños y para quienes alguna vez fueron niños”, donde se alterna el fingimiento del juego y la imaginación inconsciente, remitiendo a una región fronteriza –esa “mágica media hora entre el día y la noche, entre la vigilia y el sueño”– en la que “el mundo de la fantasía se torna real”. Sólo serían ajenos a su embrujo los adultos que nunca fueron niños.
También te puede interesar
Lo último