El poder del moderno clasicismo

El poder del moderno clasicismo
El poder del moderno clasicismo

21 de abril 2012 - 05:00

LA esperada y necesaria vuelta de Carmen de la Calle a los ruedos expositivos es ya un hecho en la calle Santo Domingo. El Arte de esta ciudad lo va a agradecer. Por lo pronto ya tenemos en Jerez la muestra de uno de nuestros más afamados, significativos y llenos de entidad creativa, Cristián Domecq. Antes de entrar en su esclarecedora obra hay que hacer, creo que es de justicia, una clara y contundente puntualización. Es muy de alabar la elección por parte de Carmen de la Calle de este artista para la inauguración de su nuevo espacio. Cristián Domecq ha sido, desde un principio, uno de los autores que más cerca han estado de la galerista jerezana y, probablemente, de los que más han confiado en su trabajo. Por eso, esta comprensión y entusiasta labor conjunta, tenía que tener la justa compensación. Así pues era lógica que el artista afincado en Madrid fuera el elegido para tan importante acontecimiento.

Cristián Domecq es un artista de una larga y fecunda trayectoria; su obra ha ido transitando por distintas estaciones intermedias, siempre con un bagaje muy bueno, comprometido con una pintura diferente en la que se daban cita muy especiales circunstancias, estas etapas han tenido su destino en este momento pleno, con la madurez creativa imponiendo su suprema potestad.

Para la nueva andadura en la galería de la calle Santo Domingo, el artista jerezano plantea una pintura figurativa en la que intervienen varios asuntos. En primer lugar, Cristián asume la difícil y comprometida papeleta estructural de la acuarela, algo tremendamente exigente y que descubre a los buenos pintores - también a los malos -. El artista utiliza el medio con soltura, jugando con los soportes de los que se vale para distribuir la propia disposición pictórica. Desde tan sutil apoyo conformante la pintura transcurre por un pulquérrimo entramado de bella naturaleza, compuesto desde una gran y determinante capacidad compositiva en la que la gran pintura de siempre adopta felices manifestaciones de aplastante modernidad. La figuración, más que ilustrar transporta a nuevos estados, a una dimensión mayor donde reina la mediata estancia de una metáfora muy bien concebida y mejor puesta en escena; metáfora que recrea los ámbitos de una humanidad que el autor plantea con sumo cuidado y extrayendo toda su máxima significación.

La figura, que el artista plantea, otorgándole una especial conformación como si reconstruyera su primaria fisonomía, desarrolla un particular sentido, generando registros que transportan a episodios íntimos donde se presienten escenarios y vivencias personales que el pintor enseña mediante una discreta presencia pictórica pero que el espectador contempla emocionado ante el rigor plástico y estético, lleno de exuberancias compositivas.

Una vez más, la pintura de Cristián Domecq deja una huella de entusiasmo, traslada a episodios presentidos, a escenarios donde la realidad pierde muchas de sus funciones para adoptar nuevos perfiles que dejan entrever situaciones mediatas.

Vuelve Cristián Domecq a su Jerez natal y lo hace de la mano de aquella que mejor lo conoce, la que siempre ha creído en su obra y quien más fuerte ha apostado por un artista con mayúsculas, cuya sencillez como persona lo hacen más grande todavía. Un artista que nos oferta una obra importante en fondo y forma, que hace tremendamente moderno lo clásico y que imprime a la figuración una dimensión de absoluta potestad.

Muy bien Carmen de la Calle al reinaugurar su andadura como galerista con la obra siempre expectante y apasionante de un Cristián Domecq en un horizonte de máxima madurez creativa.

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