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Jerez, destino de moda para el puente de diciembre

"El precio de la libertad es la soledad"

Francisco Bejarano. Escritor

El autor jerezano presentará el 24 de noviembre, a las ocho de la tarde, en el Alcázar, su antología poética 'Un juego peligroso'; aquí, un recorrido por su vida personal y literaria.

"El precio de la libertad es la soledad"
Arantxa Cala / Jerez

13 de noviembre 2011 - 05:00

Una larga escalera sube a la primera planta de la casa del escritor jerezano Francisco Bejarano. Las paredes están repletas de cuadros, grabados, cartas de navegación, dibujos. "Más que buenos, son bonitos", asegura su dueño. Una vela encendida sobre la panza de piedra de un angelote deslumbra a San Malaquías. Es el que toca porque es 9 de noviembre. Cada día alumbra a uno. Son dibujos realizados por el propio poeta. Hay un luminoso patio con una claraboya que deja ver el cielo claro de la mañana. En frente está la habitación del cine y de la música. Dos estanterías sujetan estas aficiones, más bien pasiones, con toda su escenografía. Suena de fondo música clásica en la radio. Las notas batallan contra la 'melodía' electrónica que llega de algún coche que cruza la calle. Con porte torero, como le dijo una vez Alberti, espigado y purito en mano, el poeta da la bienvenida. No quiere que le retraten fumando porque dice que es incorrecto. No hay más remedio que inmortalizarlo así.

El tercero de siete hermanos, vivió en un entorno ideal para ser escritor y buen lector. Aunque realmente le hubiera gustado ser pianista. Sus padres leían, sus hermanos mayores leían y él quería ser como todos ellos. Se enfrascaba siendo un niño en novelas de aventuras en las que encontraba "un gran placer", una satisfacción que no ha perdido. Un destino, ser escritor, favorecido por todo lo que le rodeaba, "y es que si lees mucho tienes la inclinación de escribir". Todo ello le educó además en la vida, no en la fiesta perpetua, a saber afrontar lo mejor posible las palizas que trae el futuro, una vez que uno se da cuenta de que ya no hay nadie detrás para darle solución a los problemas.

Le gustan las plantas, a ratos, que habitan en la espaciosa y atractiva terraza del ático. Desde el mirador puede observar cuando quiera Jerez. Cocinero de platos elaborados, no le gusta hacerlos para él solo. Le encantan los volaores rellenos. Asegura además, que ordena los libros para su propio uso, una disciplina que no sirve para nadie que no sea él.

Dijo Bejarano alguna vez que sólo escribe poesía cuando en la vida le ocurren desdichas. Ahora no es que haya publicada nuevos poemas, pero sí una antología poética (1977-2002) llamada 'Un juego peligroso' (La isla de Siltolá, colección Arrecifes), que presentará el 24 de noviembre, en el Alcázar, a las 20 horas. "Porque cuando eres feliz y la vida te da satisfacciones, lo último que se te ocurre es encerrarte a escribir poesía. Cuando hay algo que tienes que explicarte a ti mismo, y sabes que son cosas que le pasan a todo el mundo, entonces es cuando escribes poesía, afortunadamente, de tarde en tarde", cuenta. ¿Y por qué esta antología ahora? "Hay muchas, pero ésta es porque me lo propusieron unos amigos de una editorial nueva que utiliza la forma tradicional de imprimir. Confiaba en ellos y en el prologuista, José Julio Cabanillas".

Aunque publicó su primer libro con 31 años, 'Transparencia indebida', asegura el autor que sus comienzos nunca fueron tardíos, "fue tardía la publicación. Yo he escrito siempre, desde la adolescencia". Una primera obra en la que Bejarano confiesa que no se reconoce, "parece que la ha escrito otro. Mi mundo actual no tiene nada que ver con el que se adivina en esta obra. No me identifico con la manera de decir las cosas. Con el resto de las obras sí, porque se van acercando a mi manera actual de ser".

Con los artículos dice que le sucede lo mismo, pero le da una "enorme pereza" seleccionarlos para publicarlos. Aunque en realidad asegura Bejarano, que a estas alturas le da "pereza todo". Lo dice un hombre que vive ya en un mundo cerrado, en el que habita bien, encuentra la mayoría de las cosas que quiere. No se aburre, ni se siente solo. "Tengo mis amigos fuera, pero en mi casa vivo muy bien, con los libros, la música, el cine, que a mí me gusta tanto...". Y la obligación de escribir le salva de dejar de hacer cosas que tiene que hacer. Una disciplina, a veces, con gusto y otras no.

Y los poemas de Bejarano, sólo nacen "cada diez o doce años". Hay que recordar que el último libro de poesía lo publicó en 2002, 'El regreso'. Y no llegan porque "no hay predisposición, no hay nada que me incline a hacerlo. Yo escribo seguido. Durante un mes y luego me olvido por completo". En los cuatro libros de poemas publicados se puede ver esta diferencia de tiempo entre cada uno. 'Transparencia indebida' (1977), 'Recinto murado' (1981), 'Las tardes' (1988) y 'El regreso' (2002). Algo menos se nota en su prosa: 'La torre de marfil' (1991), 'Las estaciones' (1998), 'Manuel del lector y escritor modernos' (1999), 'Consolación de melancólico' (2000) y 'El Jerez de los bodegueros' (2003). "La vida presente es mucho menos atractiva. Cuando idealizas el tiempo pasado y cuando te quedas con lo que te interesa, entonces puedes escribir sobre eso. Pero el presente es para los artículos".

Sin embargo, a pesar de escribir poesía bajo la desdicha, los poemas le han dado muchas satisfacciones personales, amigos escogidos... ¿Y enemigos? Duda Bejarano de tenerlos, porque para tenerlos "uno tiene que ser importante. Yo no lo soy. Sí es verdad que tengo gente a la que le caigo mal, y muchos de ellos no me han tratado. No sé si es por lo que escribo. No escribo pensando en ellos, porque cuando escribo estoy solo. Y es que a veces empiezo a escribir con una intención y las propias palabras me llevan por otro camino. No me interesa el mundo de las personas a las que puedo caer bien o mal. No trato de conquistar a nadie. Al final terminan convirtiéndose en personas que no existen para mí". Entre ellos siempre se habló de José Manuel Caballero Bonald, una amistad que se rompió hace muchos años y de la que el poeta no quiere hablar, tan sólo apunta que su pensamiento sobre él, "lo expreso una o dos veces al año en mis artículos. No tengo nada nuevo que decir".

Dice Bejarano que quien escribe poesía tiene conciencia de la muerte. "Más bien, corrige él, conciencia de pérdida. La muerte de los demás, y cuantos más años tienes, más te acercas a la muerte propia". Y se refiere entonces a la niñez, la que él vivió tan feliz en aquella finca de Macharnudo, hasta su adolescencia. Un paraíso en el que no se tiene esa conciencia de la muerte, uno se siente querido y protegido, no hay problemas porque hay quien los solucione. Sensaciones que el poeta asegura que echa de menos.

Jerez, otro lugar, otro espacio del que dice no ha tenido necesidad de marcharse, ni de joven , ni ahora. Cuando él empezó a publicar no hacía falta emigrar a la capital para triunfar, "porque los medios de transporte ya estaban muy avanzados, era sencillo. Sí me gusta, sin embargo viajar. No sé si hubiera sido distinto fuera de mi tierra, pero seguro que me hubieran hecho trabajar más. Escribir no es una carrera, lo que yo haya conseguido con mis libros ha venido por añadidura. Es un adorno en mi vida". Y se refiere de nuevo a esta tierra, que le ha aportado un sentimiento de afecto. Aquí está su familia, sus amigos. "Es una ciudad muy bonita y se vive en ella cómodamente. Tiene el mar y la campiña muy cerca. Es muy romana, en todas sus maneras, su forma de ser, aunque todo el mundo quiera buscar identidades moras". ¿Qué le molesta de Jerez al autor? "Ya, nada. Me molestaba la vida social, ahora trato a muy poca gente. No tengo dependencia de la ciudad. En todo caso, afectiva". Habla del retroceso que se ha convertido en progreso, como la sopa de tomate, el ajo campero, el mosto, las pulgas... "Antes, las personas cultivadas tenían una idea del mundo muy amplia, calculando a la gente que querían tratar. Gente que viajaba, tenía lecturas que lo mismo podían ser de un ruso, que de un húngaro... Ese ambiente, yo lo tengo. Porque es el único que me puede interesar". Asegura que en esta ciudad, respecto a la cultura, falla el factor humano, "porque por muchos teatros que haya aquí, por muchos museos que abran, no hay demanda para ello porque no interesan las cosas que se traen. La educación falla y los conocimientos. Sin el conocimiento del hombre no se entiende nada".

Ganador del Nacional de la Crítica en 1989, apunta, sin embargo, que los premios "no añaden nada. Un libro es tan bueno y tan malo, sin premio o con él. Puede servir para que tus vecinos te feliciten. No te solucionan nada fundamental. Escribir soluciona muy pocas cosas salvo tu libertad a solas".

Francisco, que se conoce mejor a sí mismo a través de la escritura, habla de la vida loca "de ahora, quizás divertida a ratos", para referirse a la libertad. "Porque lo que te hace realmente libre es la soledad. El precio de la libertad es la soledad. En la muchedumbre no hay libertad. No es una soledad mala, es como de monasterio, mientras tanto puedes quedar con amigos".

Ahora, tras ver pasar los años, "nada en absoluto" le aporta la literatura, "porque no se plantea escribir". ¿Ni tan siquiera ese libro sentimental que compita con 'Cumbres borrascosas' como prometió una vez? (Risas). "No, ya está 'Cumbres borrascosas'. Quizás sobre cine sí, porque me gusta muchísimo". ¿Y la última que ha visto? "Un dramón tremendo de Hedy Lamarr, 'La extraña mujer'. Mal resuelto, pero tiene momentos importantes".

Y ya hace tiempo que Bejarano llegó a una edad en la que él elegía el mundo, y no al contrario. Fiel a la literatura, "que nunca me ha desengañado", sólo engañaría a la vida, "que le ha sido infiel". Porque la vida maravillosa que imaginaba a los 20 años sólo estaba en su imaginación. "Nuestro gran error es creernos que somos más listos que nuestros antepasados. Hemos avanzado en tecnología, pero no en lo humano". A pesar de todo, no quiere ser ninguno de los personajes que ha leído, "porque entonces ya estaría muerto". Y a pesar de todo, el poeta está contento de ser él, "porque me siento bastante a salvo del mundo terrible que veo. Y esto puede ser una soberbia. No huyo del mundo, simplemente, el mundo que conozco no me gusta".

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