Las referencias de un Manolo Cuervo total
Diario de las Artes
Jerez/MANOLO CUERVO
Galería Berlín
SEVILLA
Existen artistas que, desde el principio al fin, sólo han visto alterado su dimensión creativa mínimamente y, sólo, por sus lógicos planteamientos evolutivos. Son artistas puros, dimensionados con sentido, poderosos y, sobre todo, dotados de una contundente personalidad; artistas con un lenguaje propio, indiscutible, único e intransferible. Autores a los que nadie discute porque es difícil hacerlo y porque sería absurdo poner en duda su absoluta potestad. Precisamente, el arte de hoy en día acusa ese mal, aquel que iguala la creación, el que hace que todo se parezca a todo y en el que el adocenamiento reina descaradamente, poniendo esa nota de linealidad que, salvo honrosas excepciones, habita en una plástica con escasas disposiciones que hagan augurar novedosas expectativas. Por eso, los artistas de verdad, los que argumentan un estilo que les es propio, los que dicen lo que dicen de forma distinta y con una dicción intransferible, son los que dejan huella, los que convencen y los que permanecen en ese imaginario que perdura por auténtico y convincente.
Manolo Cuervo es Manolo Cuervo por mucho que los intereses espurios de los que han manejado el arte se propusieran imponer unas formas y unas realidades que la mayoría de las veces solamente interesaban a ellos mismos. Su voz ha permanecido con parecidos registros a través de los años; sus infinitas luces creativas continúan manteniendo su particularísimo estatus de artista convencido, de pintor seguro que sabe lo que hace porque sabe lo que quiere; es, por tanto, artista de los que no ofrece duda para casi nadie -coloco el casi porque, en el mundo del arte, siempre hay voces discordantes que quieren hacer oír su verbo equivocado por desinformado y maldiciente-. Además, su obra, ahora, es más Manolo Cuervo que nunca. Y eso lo podemos contemplar en esta comparecencia en la galería Berlín, ese espacio que dirige Jesús Barrera y que se encuentra en plena Alfalfa sevillana, en el mismo sitio de aquel mítico bareto que fue centro de reunión en un tiempo que permanece en la nostalgia imperecedera de los que tenemos algunos años y vivimos una realidad absolutamente distinta a la que hoy existe.
Bastantes son las connotaciones que hacen de esta exposición indispensable para todos los amantes del arte; sobre todo, para los que vivimos aquella Sevilla que se abría expectante a una Modernidad largamente ansiada y, también, para los más jóvenes que no lo vivieron y ni siquiera tienen noticias de un pasado con otros colores -¿los de Manolo Cuervo?-. La muestra sirve, no cabe duda, para centrar la realidad sobresaliente de un pintor grande; un artista con mayúsculas que es infinitamente más que el cartelista de la Macarena, de la Hiniesta o de la Semana Santa del año 2022 -en Sevilla, como en otros muchos sitios de esta Andalucía, muchísimos cofrades ven, sólo, desde ópticas con pocas perspectivas- aunque sus carteles sean de lo más sustancioso que, últimamente, se ha hecho. Porque Manolo Cuervo es un pintor con unas maneras personalísimas que lo convierten en artista que transmite la seguridad de los grandes; en artista en quien confiar; en autor donde encontrar muchos de los esquemas de la gran pintura; artista que ocupa un lugar de privilegio en aquel arte sevillano que, desde los años setenta, asentó las bases pictóricas de un tiempo nuevo. Y es que Manolo Cuervo es pintor que asume amplios postulados de la pintura moderna, aunque en esta exposición, como en sus diseños, haga personal una estética pop que él maneja con particular resolución y creando posiciones que son únicas.
La exposición es atractiva, asimismo, por varios motivos. Pone en sintonía la existencia de aquel Bar Berlín con la de otro existente en el París de los años 20, Le boeuf sur le toit (el buey sobre el tejado), mítico establecimiento donde acudían cantantes y músicos de jazz y acogía a artistas de aquellas vanguardias, con los dadaísta y surrealistas marcando nuevas vías de expresión y abriendo rutas en un arte que, desde entonces, sería, totalmente distinto. Música y referencias artísticas de las que Manolo Cuervo se vale para componer un conjunto de obras que plantean la poderosa visión pictórica del artista, con su personal concepción del pop; su planteamiento expresivo donde el color -rosas, verdes, rojos, azules- impone una máxima potestad; una sucesión de elementos sacados de la cultura popular, de aquella música que tanto influyó en una generación - las obras están llenas de las míticas guitarras Gibson Les Paul, así como de maracas o de violines- y la absoluta referencia al dadaísmo de Francis Picabia con su ojo cacodilato -que hace alusión al problema que el artista tuvo en un ojo y que se curaba con cacodilato, unos polvos de sodio-.
La exposición en la galería de la calle Boteros nos sitúa en los medios del mejor Manolo Cuervo, con su poderosa pintura, su personal desarrollo de un pop indiscutible, único y verdadero; así como con los guiños a un tiempo y a una realidad de la que él fue protagonista directo o se sintió cómplice a través de la referencias literarias, musicales o artísticas.
Muy buena muestra que argumenta los buenos postulados que acontecen en la galería sevillana y que la están convirtiendo en uno de los espacios expositivos sevillanos con más preclaras luces.
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