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El mundo de nuevo

Variaciones sobre bidones para la lluvia | Crítica

Pre-Textos da a conocer en España la obra de Jan Wagner, uno de los poetas alemanes contemporáneos más reconocidos, en impecable traducción de Juan Manuel Cabrera

Jan Wagner (Hamburgo, 1971).

La ficha

Variaciones sobre bidones para la lluvia. Jan Wagner. Edición bilingüe. Traducción de Juan Manuel Cabrera. Pre-Textos. Valencia, 2024. 216 páginas. 30 euros

Cuando se trata de otras lenguas, incluso los lectores habituales de poesía suelen acercarse a los clásicos y tener una idea poco precisa de lo que hacen los autores vivos, en parte porque sus obras no siempre llegan o están disponibles en versiones que trasciendan el ámbito de los poetas o los puros especialistas. Alegra por ello descubrir o que nos descubran una voz estrictamente contemporánea y es lo que nos ha sucedido con Jan Wagner, del que no sabíamos nada antes de la reciente aparición, diez años después de su publicación original, de su sexto libro de poemas, impecablemente traducido por Juan Manuel Cabrera para Pre-Textos. Variaciones sobre bidones para la lluvia da a conocer su poesía en España y justifica el reconocimiento de un autor que ha merecido, entre otros, el prestigioso premio Georg Büchner al conjunto de la obra.

La discreción del yo se opone a las expansiones sentimentales tan del gusto de nuestro tiempo

Leemos que este reconocimiento, quizá por venir acompañado de un éxito poco frecuente en el género, pues hablamos de un poeta que llega a decenas de miles de lectores, no se ha visto libre de polémica, pero las razones que invocan sus críticos –el recurso a las formas tradicionales, la ausencia de contenido político– se antojan poco consistentes. El tono sereno y amable de su poesía, por otra parte, y la discreción de un yo que apenas se muestra en mínimas alusiones autobiográficas, se opone a las expansiones sentimentales tan del gusto de nuestro tiempo, muy dado a la confesionalidad desgarrada, a veces enfadosa y rayana en el narcisismo. Como dice Cabrera, el poeta hamburgués no practica el autoanálisis, sino un mirar hacia fuera que puede ser neoclásico en la expresión –musical, ajustada a patrones métricos– pero no en el contenido, traspasado por una rara singularidad que estimula y sorprende y no sigue en absoluto caminos trillados. El propio Wagner ha hablado de su temprana devoción por Rilke y en su poesía es visible el influjo formal de autores del primer expresionismo como Georg Trakl o Georg Heym, malogrado autor del impresionante El día eterno, con quien comparte el gusto por las imágenes plásticas y las estructuras cerradas, sin olvidar la tradición angloamericana –que conoce bien por su oficio de traductor– representada por poetas como Dylan Thomas, Heaney, Auden o Simic.

La poesía de Wagner surge de la observación detenida y al nombrar las cosas las inaugura

Pelotas de tenis, koalas, endrinas, abejas, mosquitos, una rara clase de ficus, una simple pastilla de jabón o los bidones para la lluvia del título son algunos de los motivos recreados por Wagner, que los aborda a través de analogías, elipsis, correspondencias, desarrollos inesperados o rodeos sin punto de llegada. No es una poesía sencilla ni propiamente figurativa, aunque parta de la realidad contemplada, rehecha en versos cuyo significado queda abierto o sólo insinuado. Su engañosa claridad recuerda, por su mezcla de contornos definidos con trasfondos no expresos, a la poética acmeísta, aquella suerte de tercera vía que reaccionó frente al simbolismo sin incurrir en la vanguardia. Sobre todo es una poesía de la mirada, en acertada definición del traductor, que surge de la observación detenida, trata de ir a las cosas y al nombrarlas las reconoce e inaugura, como si hubieran recién nacido o pidieran existir, en tanto que realidad verbal, después de ser enunciadas. Es también en este sentido una poesía del lenguaje, generadora, fundante. En palabras de Wagner: “una invitación a descubrir el mundo de nuevo”.

Frente a la idea romántica del rapto, el poeta oficia como artesano, orfebre o miniaturista

La naturaleza, los animales, los objetos cotidianos o las obras de arte pertenecen a un ámbito conocido que en virtud de esa mirada –y de su formulación precisa, pero nada previsible– revela perfiles insólitos o misteriosos, creando extrañeza a partir de la familiaridad, o de alusiones a curiosidades eruditas que instalan al lector en un gabinete de maravillas. Frente a la idea romántica del rapto y la inspiración arrebatada, el poeta oficia aquí como artesano, orfebre o miniaturista, atento a los detalles, al dibujo de lo aparentemente banal o lo infinitamente pequeño. El uso sistemático de las minúsculas, tanto más anómalo en el idioma que presta altas iniciales a todos los sustantivos, parece reforzar la voluntad de Wagner de no levantar la voz ni sobreactuar, de ofrecerse como divertido médium para que ese mundo recién creado nos llegue sin interferencias. Las dificultades que se le presentan al traductor en una poesía de esta naturaleza, tan cuidadosa de la forma, son máximas y por eso hay que celebrar el trabajo de Cabrera, que ha sido capaz de convertir las versiones españolas no en esforzados ejercicios de transvase literal, sino en poemas que funcionan como poemas también en la lengua de destino.

Tradición y progreso

En su breve pero esclarecedor preámbulo a la traducción, titulado Tradición y progreso, Juan Manuel Cabrera se refiere a esos detractores que han visto en Wagner a “un idealista bucólico y un pulcro escritor retro, por su uso de elementos históricos”, reprochándole su “concepto reaccionario de la lírica”. Realmente no hace falta dedicar mucho tiempo a impugnar esta clase de argumentos, pues la experiencia demuestra que suelen ser invocados por los más ágrafos entre los experimentalistas, para los que la subversión es sinónimo de ignorancia y la libertad creativa –que como cualquier clase de libertad necesita límites– sólo puede nacer del caos. No es que no pueda hacerse buena poesía desde el desarreglo, pero la idea de novedad que defienden los militantes de la ruptura suena a veces paradójicamente vieja. Con razón destaca el traductor lo que estos poemas nada encorsetados, con sus evoluciones insospechadas y su fino humor, tienen de lúdicos, de un modo que permite imaginar al autor pasándoselo en grande mientras encadena las imágenes. Para Cabrera, en fin, la de Wagner es “una poesía que bebe del pasado, pero que en absoluto da la espalda al mundo ni al presente”. Su prólogo termina dándole la palabra al poeta, cuando afirma sabiamente: “El progreso se hace con lo que se retoma”.

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