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Los viajantes de vinos de Jerez y el mercado americano en el siglo XIX

La ciudad de la historia por Eugenio J. Vega y FCO. Antonio García

José García Cabrera Y Cristóbal Orellana González

28 de octubre 2014 - 08:36

Jerez/TRAEMOS hoy a estas páginas el comentario de una documentación del Archivo Municipal (tomo 589 bis C del Protocolo Mpal., apartado Fiestas) originada en la idea nacida en el seno del Ateneo Jerezano, patrocinada por el Ayuntamiento de la ciudad y la colaboración de la Academia Hispano-Americana de Cádiz, alrededor de la celebración, en 1933, del llamado Día de la Raza o Fiesta de la Raza. En dicho Día se rindió, además, homenaje y reconocimiento a la figura del viajante de vinos -y del coñac- de Jerez en los mercados de la América española. El ateneísta Tomás García Figueras justificaba la distinción a estos profesionales por: “…el esfuerzo que en estos últimos cincuenta años han realizado los viajantes de vinos de Jerez para ganar para nuestra ciudad los mercados de América…”, dando a conocer el nombre de Jerez “en apartadas regiones americanas, que hoy sienten una sincera admiración por nuestros vinos incomparables” y “haber desplazado con su esfuerzo personal marcas extranjeras que dominaban la zona de su cargo, consiguiendo para Jerez un mercado de categoría…”. Se decidió otorgar el reconocimiento a los cuatro viajantes de vinos más antiguos: José Copano Ponce, viajante de la casa exportadora Gutiérrez Hermanos; Mateo Frontera Guardiola, de Marqués del Mérito; Agustín García Mier y Fernández de los Ríos, agente-apoderado de la casa Pedro Domecq y Cía. y Antonio Maqueda Sot, viajante de A. R. Valdespino y Hermano.

En el memorándum que la casa Marqués del Mérito presentó sobre los trabajos realizados por su principal agente en América, y decano de los viajantes de vinos jerezanos, se decía de él lo siguiente: “(…) Empezó a viajar a principios de 1893. Primero a las Antillas, Cuba, Haití, Santo Domingo, Puerto Rico, Jamaica, Curaçao, pasando luego a Venezuela y Colombia. En el segundo viaje visitó México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, San Salvador, Costa Rica, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia (en este país fue el primer viajante de vinos de Jerez que lo visitó). Pasó luego a Chile, Estrecho de Magallanes y la Patagonia, cuando se iniciaban las primeras construcciones en Río Gallegos, Comodoro Rivadavia, etc. Otro viaje lo empezó en Martinica, años antes de la erupción del Mont Pelee, Barbados, Trinidad, las Guayanas, hasta el interior del Perú. En los estados del Amazonas, Matto Grosso, Diamantino, etc. no se conocían nuestros vinos. Visitó también el Uruguay, Argentina, Paraguay, hasta Guyaba, del estado Matto Grosso. Todos estos países, lo mismo que los Estados Unidos, Canadá, British Columbia, Vancouver, Islas Bahamas, los recorrió en varias ocasiones, pregonando en todos ellos las excelencias del vino de Jerez. A principios de 1895 trajo de Francia varias muestras de vinos quinados que estaba entonces iniciándose su venta en aquel país. Estas muestras sirvieron para introducir un nuevo elemento de riqueza en la industria jerezana, pues los quinados lograron en poco tiempo gran desarrollo, y aún hoy [en 1933] este vino español tiene un buen mercado en varios países. En varias ocasiones le sorprendieron revoluciones en los países citados, y también grandes epidemias, como la fiebre amarilla y la peste bubónica (…) atravesando la cordillera de Los Andes, en época que aún no estaba abierto el tránsito oficialmente, y años antes que existieran ferrocarriles…”.

Estamos ante un documento que refleja con un detalle y plasticidad poco usuales el reto que para la exportación jerezana de vinos de la época supuso la necesidad imperiosa de búsqueda de nuevos mercados alternativos a que se vio abocada en el último tramo del siglo XIX, sobre todo después de la importante caída que sufriera la cuenta de beneficios en su tradicional mercado británico, “el más remunerador de sus mercados”, como nos recordara el ingeniero agrónomo Gumersindo Fernández de la Rosa en 1916, en su interesantísimo trabajo ‘Elaboración, crianza y comercio de los vinos de Jerez’.

La labor desarrollada por estos viajantes de vinos desde ese periodo en la América española y en otros países de habla no hispana del continente causa admiración desde luego: algunos de estos viajantes homenajeados en 1933 fueron los primeros agentes jerezanos que introdujeron nuestros vinos en algunas de las naciones americanas; otros fueron capaces de desplazar en algunos mercados, como el cubano, a marcas extranjeras de vinos, francesas sobre todo, que dominaban la zona, caso del representante de la casa exportadora Pedro Domecq y Cía. Al cabo de tres años de iniciada su labor en esta zona del Caribe, dicho agente había conseguido, desde 1908, dar a conocer en esa plaza los vinos y el “coñac” de Jerez, casi desconocidos por esa época en la isla, una labor que hizo que, según el periódico habanero Diario Español de 12 de mayo de 1920, no quedara ya “restaurant, café, bodega, bar, cantina, kiosko, ni aun tienda de ingenio donde no se exhibiera en abundancia el Fino La Ina, el Viña 25, el moscatel Viña Vieja (…) y las tres marcas de “coñac” de mundial fama, Monopolio, Tres Cepas y Fundador”. Uno de los mayores logros alcanzados por estos viajantes de vinos en América fue, por tanto, no solo haber conseguido la apertura de los mismos para sus respectivas casas extractoras sino, sobre todo, que el consumidor de vinos de estas lejanas tierras “gustara y distinguiera los vinos de Jerez, pero el verdadero, el legítimo Jerez, que no admite término de comparación con los de otras regiones y que son inimitables”.

La contextualización histórica del tema subyacente en el documento que venimos comentando remite, por un lado, a algunos de los principales y graves problemas que aquejaban a la vinatería local desde el último tercio del S. XIX y, por otro, a algunas de las respuestas ejecutadas por los extractores o exportadores ante esta crisis. Para esos años resultaba ya innegable que la vinatería de la ciudad se hallaba sumida en una crisis incontestable que dibujaba la cara opuesta de aquella otra situación de euforia económica que para el negocio de vinos describiera Parada y Barreto para los años 1862-64. Viñas abandonadas y entregadas en aparcería a jornaleros, depreciación del precio de los mostos y de los vinos ya criados en el mercado local, caída de la demanda, descenso de la exportación y, sobre todo, de los precios de la misma… Todos estos elementos, junto al no menos grave problema de la masiva entrada de los llamados vinos forasteros y su inevitable corolario del fraude en origen de los vinos de Jerez y del deterioro de la calidad de los mismos, constituyen algunos de los principales factores que explican esa situación. El recurso al empleo masivo del llamado alcohol industrial (de mucho menor precio que el alcohol de vino) por parte de muchos extractores, para encabezar esos vinos forasteros de baja calidad con los que competir en el tradicional mercado británico y adaptarse a los nuevos gustos de este consumidor, que ahora se decantaba por unos vinos de menor graduación, puede ayudar también a describir el triste cuadro que ofrecía nuestra vinatería en esos años, sobre todo para los cosecheros, en este particular del alcohol. Obviamente, las respuestas alternativas esgrimidas ante esta crisis por cada uno de los sectores históricos del negocio vinatero, cosecheros, almacenistas y exportadores, fueron tan distintas como encontrados y diferentes eran sus propios intereses como grupo. Y es, precisamente, en este contexto de las respuestas ofrecidas ante la misma por parte de uno de ellos, los exportadores, en el que ha de situarse nuestro documento de hoy, así como el papel que en ellas jugaron estos viajantes de vinos de Jerez.

Para este último grupo la respuesta pasó, entre otras y dicho de forma sumaria, por la búsqueda de esos mercados alternativos de América, la promoción en los mismos del comercio de los genuinos vinos naturales de la zona, por el afianzamiento del coñac jerezano en estos territorios, así como en la introducción de la novedad del embotellado para estos mercados exteriores, una forma de transporte y de envasado limitado tiempos atrás solo para el tráfico interior. La versión original, con notas, de este artículo, en: http:memoriahistoricadejerez.blogspot.com.es/

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