El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
Acabamos de pasar por fechas vinculadas de manera estrecha con la veneración a los ángeles. Si el 29 de septiembre se celebraba la festividad de San Miguel, San Rafael y San Gabriel, ayer el santoral se dedicaba al Santo Ángel Custodio. Las representaciones escultóricas jerezanas de la variada iconografía angelical nos hablan de un especial protagonismo de la inagotable herencia barroca. Junto a alguna portada y bóveda en piedra, podríamos exceptuar el gran conjunto renacentista de la sillería de padres de la Cartuja, de Jerónimo de Valencia y Cristóbal de Voisin, lleno de relieves de exquisitos ángeles de contundentes anatomías desnudas -más bien putti clásicos- y grandes cabezas de querubines, además de un llamativo San Miguel de retorcida composición manierista.
Ángeles en acción y ángeles en adoración. Unos, intermediarios entre la divinidad y los seres humanos, los arcángeles. Otros, con continua función de alabar a Dios. Unos y otros abundantes en los siglos del Barroco. Muchos quedan del XVIII, menos del XVII, aunque del Seiscientos nos hayan llegado creaciones tan extraordinarias como las debidas a Juan Martínez Montañés y José de Arce en el propio retablo mayor de San Miguel: severo clasicismo montañesino y fastuosos rompimientos de gloria y aparatosos arcángeles ideados por Arce. En el XVIII se multiplican.
Adquieren un sentido, a la vez, decorativo y funcional con la nueva modalidad de lamparero, infinidad de ellos salidos del taller de Diego Roldán con un carácter casi seriado, en contraste con la primorosa ejecución de los del malagueño Fernando Ortiz, de nuevo, para San Miguel.
Por último, el genovés Jacome Vacaro dejó piezas dignas de recuerdo. Algunas de ellas se exponen en la exposición “Flos Carmeli”, inaugurada días atrás en Los Claustros. Una visita que, por ver sus ángeles, movidos y etéreos, merece ya la pena.
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