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Si es usted de los que sufren ataques de epilepsia cuando ven, por ejemplo, servir un bristol cream en un vaso, con dos buenos trozos de hielo y cáscara de naranja, o es de los que necesitan ayuda psicológica después de presenciar cómo alguien mete en una coctelera un pedro ximénez con más de treinta años para agitarlo acompañado de alguna bebida de origen tropical, haga el favor y no se me agobie. Para las personas como usted -que no necesitan que les hablen de maridajes exóticos ni del vino entendido como una aventura apasionante y cosas por el estilo- existen un montón de maneras de disfrutar de esto sin tener que hacer esas piruetas que hacen santiguarse a los puristas.
A mí, sin ir más lejos, cuando me toca hacer de anfitrión en Vinoble para amigos de fuera y tengo que apurar al máximo el tiempo para que se hagan una idea aproximada de lo que se cuece por nuestras bodegas, me dejo de líos y les hago probar lo mejor de cada casa. Después de darles un pequeño garbeo por las instalaciones, para que comprueben que hay mezquitas donde se puede beber sin problema, y tras desmentirles que Jerez haya sido objetivo de ningún bombardeo (sobre todo cuando me preguntan por el lamentable estado del suelo en los jardines del Alcázar), me dejo de prolegómenos, les digo que se remanguen, que vamos a beber los mejores vinos de aquí, y ataco a los clásicos, que casi nunca defraudan.
Por eso ayer, para apostar a caballo ganador, acompañé a esos amigos forasteros a probar una manzanilla Papirusa en Lustau. Por las caras que pusieron creo que no me equivoqué. Disfrutaron de un fino Perdido en Romate y otro de Maestro Sierra, para rematar con fino Imperial (que tampoco es arriesgar mucho que digamos). Probaron el amontillado de Tradición (que me aplaudieron como si lo hubiera criado yo), siguieron con una copa de Capuchino y remataron, después de algún que otro oloroso, con un buen tiento de Noé, porque no se querían marchar sin tomar algo dulce.
Ya sé que no estuve muy imaginativo, pero cuándo se va al museo del Prado por primera vez, ¿qué es lo que no puede uno perderse? Las Meninas, los cuadros de Ribera, los de Goya... Pues eso.
Y hablando de Goya, ¿saben qué me preguntaron al salir?
-¿En Sanlúcar no hacen ninguna manzanilla que se llame Zurbarán?
Ni respondí, porque los que iban ya "pintones" eran mis invitados.
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