Jaime Sicilia
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Desde la espadaña
Tengo la probada impresión de vivir como una desafortunada oveja en manos de astutos pastores. La astucia que ejercitan es tan extensa y marrullera que, con tan sólo oírlos hablar, se me hacen nudos en las tragaderas. Admiro la astucia del dios Hermes, las ardides de Ulises y hasta la artimaña de Jacob para conseguir la primogenitura. Incluso sostengo la idea de que la astucia anda cercana a la inteligencia; si bien, con diferencias sustanciales. En nuestros políticos las diferencias se dan en demasía: la inteligencia les persigue, pero ellos se esconden.
Por supuesto hay que ser hábiles en todo y cuánto más en política donde el engaño está al orden del día para conseguir ese fin ilegítimo al que nos tienen precipitados todo el tiempo. Pareciera que lo que se logra en política se hiciera de manera artificiosa y amañada, y no por el procedimiento de lo éticamente correcto. Admiro a las personas habilidosas, sobre todo a quienes son capaces de intuir la trampa y desmontarla por el bien de todos. Son personas astutas e inteligentes. Luego están los ‘listillos’, conocedores del foro y el forillo que, con soluciones ingeniosas, esto es, con destreza y trampa, manipulan y utilizan a las personas para la consecución de perversos fines.
Son malos, astutos en su significado siniestro, que arrebatan la verdad a cuanto se pone por delante. De estos quisiera estar lejos; pero no me es posible. Sólo me resta la facultad de descubrirlos por el bien del rebaño (porque también soy pastor) y adquirir así el ‘olor a oveja’, por el que tanto insiste su Santidad. Hay quienes nacen con esta habilidad, aunque los más se hacen en el ejercicio de la política, amén de otras profesiones que necesitan de dicha destreza. Un marchante, por ejemplo, ha de ser astuto si no quiere dejar el género estancado; por lo que desarrolla trastienda y sagacidad necesaria para el negocio. De natural es que este tipo de personas tengan una manera de pensar y actuar ventajosa, con habilidad suficiente que, utilizada con bondad, podría asaltar el cielo, como cuentan que hizo Dimas en el mismo suplicio que Dios.
Astucia para lo bueno es inteligencia; para lo malo sería tontuna y necedad. Pienso ahora en la deriva que está tomando la política actual y me echo las manos a la cabeza al comprobar la tunería con la que se procede, así como la marrullería y malas artes con las que se manifiesta. Las leyes mismas que se promulgan, que debieran ser para el bien común, llevan de manera taimada la camándula del legislador para objetivos aviesos.
Más aún: las leyes se decretan y la Constitución se manipula; y a esta doblez le llaman gobierno. ‘No es justo su proceder ni administra rectamente los asuntos’. Hay raposería hasta en la representación Eurovisiva. Bien está que en política haya sutileza, cierta treta y vivacidad ¿quién lo duda? Distinto es que todo sea artimaña y perfidia, y que los ministerios se conviertan en hampa y nido de pícaros: koldos, bernis, armengolas y grama ¡Mala hierba! Hasta en el balompié se ha colado la astucia cuando un jugador teatrero simula falta para engañar al árbitro, o si éste pita a conveniencia; sin menoscabo del jugador astuto y creativo, por supuesto, ni del honrado juez que se la juega.
Me gustaría que en política la astucia se utilizara a lo Sherlock Holmes, quien con su ingenio resolvía casos complicados; o, como ya he señalado, la de Ulises, que con sus estratagemas fue capaz de regresar a su hogar sano y salvo. Eso es astucia, y no la del ejercicio político actual que lo embarriza todo de perfidia y mañas torticeras. Asómense al noticiario y vean con cuánto lodazal se está untando el camino, con cuántas ilegalidades se juega y qué pretensiones van en ello con tantos casos de lenocinio como hay.
Admiraría la habilidad del que luchara por sacarnos del agujero, del que poniéndose a sí mismo en peligro procurara con inteligencia y maña el bien ajeno. Pero ¿qué decir de quien en constante perversidad y malicia no busca sino el bien propio sin conciencia alguna? Echo en falta un poco de lealtad en este devenir que estamos viviendo de la cosa pública.
Entre tanta piel de zorra, falta mucha honradez y sobra cobardía. Los líderes políticos se diluyen en estrategias y artimañas, en exceso de astucia y baja estofa. Parece mentira que, los que deberían ser preclaros padres de la patria, se hayan enciscado entre ellos con insidias y dobles lenguas, en marrullerías políticas y cuquerías insidiosas. ¡Stop, por favor! Vuestro lenguaje soez es el arma del débil, vuestra locuacidad el colmo de lo inaudible.
Quisiera, sí, que fuerais astutos, ágiles como felinos, y pudierais afinar vuestra inteligencia al servicio de la Patria y no del cainismo al que nos tenéis abocados. ‘Sagaces como serpientes y sencillos como palomas’, al servicio del bien público. Que vuestro sigilo sirviera a la búsqueda del derecho y no para el proceder taimado de la alevosía. Que vuestra astucia floreciese positiva y no para la insidia y el fraccionamiento. Astutos, sí, sed astutos. Pero no esgrimáis la trampa y la hipocresía para reíros del pueblo soberano, ni urdáis tanto maquiavelismo ramplón para guerras indeseables. Con perdón de Maquiavelo, cuya astucia demarcaba la inteligencia práctica.
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