Pedro Rodríguez Mariño

Centenario de Fátima, II. El amor a nuestra Madre

Tribuna libre

10 de abril 2017 - 02:08

El artículo para Alfa y Omega de Manuel Gomes Barbosa, portavoz de la Conferencia Episcopal Portuguesa, sigue haciendo consideraciones para el Centenario de Fátima que nos interesa examinar. El mensaje de Fátima es una llamada de actitudes que cada discípulo de Cristo debe tener: la oración y la adoración, la penitencia y la concordia, la ternura y la misericordia. También de alegría, que brota del evangelio y contrasta con el semblante triste de María durante las apariciones. Pero quién no quedará triste con el mal y las atrocidades que se cometían entonces y también ahora. Basta pensar en los cincuenta millones de refugiados de nuestros días.

El Centenario de Fátima se viene preparando desde 2010, con un itinerario catequístico de reflexión, que ha ido profundizando en los mensajes de la Virgen. Además, entre 2015 y 2016 la imagen peregrina de María, que recorrió sesenta y cuatro países entre 1947 y 2000, ha vuelto a los caminos para visitar todas las diócesis de Portugal. El último empujón en los preparativos ha sido la carta pastoral de los obispos portugueses 'Fátima, señal de esperanza para nuestro tiempo'.

Que las revelaciones en la Cova de Iría a los tres niños siguen de actualidad lo manifiesta el goteo incesante de fieles que acuden al santuario, y el aumento de los peregrinos que lo hacen a pie, muchos durante una semana.

En 2015 sólo en peregrinaciones organizadas visitaron el santuario 587.129 personas, un 4,6% más que el año anterior. Entre ellos hubo treinta mil españoles, un 33% de los peregrinos extranjeros. Los obispos no tienen previsiones para el Centenario, pero todas las peregrinaciones jubilares tienen siempre una multitud inmensa de peregrinos. Cuando en 2010 visitó Benedicto XVI Fátima, la explanada de la Basílica acogió a medio millón de peregrinos. Diez años antes, un millón largo de personas arropó a Juan Pablo II en el jubileo del 2000 y beatificación de Francisco y Jacinta.

Visitar Fátima no es recordar solamente unos momentos históricos, ciertamente conmovedores y estimulantes para la piedad personal. Es más, es incorporarse a una relación de dejarse llevar por la Virgen, como aquellos pastorcillos, que no sólo vieron a María una vez, sino repetidas veces, estableciendo con Ella un diálogo que se va concretando y desarrollando, cada vez con más profundidad y extensión.

En el caso de la vida prolongada de sor Lucía, que vivió noventa y siete años, llega muy lejos e irrumpe en la vida de la Iglesia y la historia del mundo. Refiriéndonos a lo más llamativo, san Juan Pablo II sufre aquel atentado el 13 de mayo de 1981 y, salvado por la protección de la Virgen de Fátima, en 1984 consagra al Corazón Inmaculado de María a Rusia y el mundo y, en 1989, cae el muro de Berlín.

Ir a Fátima es oxigenar el alma, es dejarse de pequeñeces y centrarse en lo verdaderamente importante y trascendente, es dejar actuar a la Virgen en nuestra alma y abandonarnos a su impulso materno. Llevado por un afán de ayudar y llegar más allá de su predicación y consejos de acompañamiento espiritual, san Josemaría Escrivá comenzó a tomar notas, y en 1935 publicó Camino, 999 pensamientos y luces vivísimas de gran riqueza espiritual. En el primer punto del capítulo 'La Virgen' se lee: "Nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza". Esto se experimenta en Fátima, un encendimiento y una expansión de horizontes al calor de la devoción a la Virgen, con el rezo del rosario, y la consideración de sus misterios, las peticiones por la paz del mundo y la conversión de los pecadores, y el desagravio por lo que se ofende a Dios. El alma se expande y se motiva, se llena de sentido de vida, de vida nueva en Cristo.

En Fátima no se puede estar de espectador, de turismo; uno se ve envuelto por el amor de la Virgen, en un diálogo de amor y de fe, que llena de esperanza y no se puede resistir. Uno queda introducido, más de verdad, en el ser de la Iglesia y del mundo con todas sus consecuencias, lleno de gozo y de paz en el alma. Que cada uno lo pruebe.

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