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Me contaron que en una familia de aparceros de esta tierra, que vivían en un cortijito muy humilde, se puso enferma la mujer, y al comentarlo con el patrón, éste le sugirió la conveniencia de avisar al sacerdote, cosa que le pareció muy bien. Pero le dijo que esperara unos días. Al poco tiempo apareció el padre por el cortijito. Atendió a la enferma y al despedirse le preguntó por su insistencia en la demora de unos días. El buen hombre le explicó que así había tenido tiempo de blanquear la casa y limpiarla a fondo. Era la primera vez que el Santísimo Sacramento entraba en su hogar.
Celebramos la fiesta del Corpus Christi, del Cuerpo del Dios hecho hombre. Un día grande para todos. En las ciudades y pueblos de España se pasea por nuestras calles el Cuerpo de Dios. La procesión del Corpus. Un Cuerpo que pasa bendiciendo, un Dios escondido en un trozo de pan, con una presencia real y a la vez misteriosa, humilde, cercana, interesada por todo lo nuestro. Dios que camina con nosotros, compartiendo alegrías y penas, salud y enfermedad. Mirando a jóvenes y mayores, niños y ancianos. Ricos y pobres, poderosos y humildes. Todos le interesan, de todos quiere saber, a todos quiere remediar.
Es una fiesta de larga tradición, se celebra por primera vez en 1246 en la diócesis de Lieja (Bélgica). Instituida el 8 de septiembre de 1264 por el papa Urbano IV para toda la Iglesia. Fiesta de gran raigambre en nuestra ciudad que celebraremos el próximo domingo por la tarde. Porque sabemos que es la bondad, el amor, la misericordia lo que pasa en la custodia, salimos a acompañarle, a cantarle, a adorarle y aplaudirle. Llenaremos las calles de hierbas aromáticas y de flores que perfumen, junto al incienso, su paso junto a nosotros. Rezaremos por nuestras necesidades y por las de la ciudad. Daremos gracias por los beneficios recibidos.
Adorar al Santísimo sacramento: "Nos postramos ante Dios que primero se ha inclinado hacia el hombre, como buen Samaritano, para socorrerlo y devolverle la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, el cual da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve". (Benedicto XVI en la fiesta del Corpus de 2008). Por eso adorar al Dios escondido no es anacronismo, un servilismo; es admirar al que nos muestra la grandeza del hombre. Al que nos hace grandes y nos recuerda quiénes somos. Al que nos alimenta y anima a compartir con el que no tiene. El que nos dice que todo lo hemos recibido y debemos compartirlo, es la fuente del bien.
El día del Corpus Christi es el gran día de la caridad. El día de Cáritas. La fiesta del Cuerpo real de Cristo nos recuerda que debemos cuidar y valorar el cuerpo: el nuestro y el de los demás. Que debemos socorrer a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Darle de comer, curarle, acompañarle, respetarle. Pero que también debemos respetar y valorar nuestro cuerpo. El cuerpo es parte de la persona, es imagen de Dios. No respetarlo, no contar con su función propia, es un atentado a su dignidad.
El cuerpo no está para ser exhibido, usado, maltratado, vendido o comprado, como no lo está la persona. Merece un respeto y si no se lesiona, se banaliza. El cuerpo lo hemos recibido, no lo creamos nosotros. El cuerpo lleva inscrito en su interior unas tendencias, unas leyes, una finalidad con las que no podemos jugar como si fuéramos unos alquimistas medievales o un doctor Frankenstein. Dice el Papa Francisco en Amoris Laetitia: "No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos criaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como un don". No sé si nos tomamos el cuerpo en serio o simplemente jugamos con él.
Tenemos la oportunidad de salir a la calle el domingo del Corpus para festejar el amor que Dios nos tiene quedándose oculto en la materia, no sólo es grande el espíritu, también lo es el cuerpo. Podemos admirar y adorar a ese Corpus Christi, misterio de amor de Dios al hombre, que comparte nuestra corporalidad. Al acompañarle procesionando en la custodia por nuestras calles no sólo le adoramos e imploramos su bendición y protección, también crece nuestro amor y respeto al hermano y a nosotros mismos. Somos conscientes y aprendemos a valorar nuestro cuerpo, don inmenso recibido, y a cuidar de los demás. Corpus Christi y Cáritas, Uno nos lleva al otro.
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