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Ya no se puede apelar a la tradición; la cultura occidental está puesta en entredicho, especialmente la cristiana; todo se ha puesto en clave de lucha de clases en el peor estilo marxista: hombre/ mujer, heterosexuales/homosexuales, blancos/negros…todos los ámbitos están contaminados con esta fétida bomba expansiva del ‘wokismo’. La sociedad parece estar centrada en políticas identitarias buscando demoler cualquier fragmento que tenga que ver con la tradición, como si todo lo recibido hubiera sido fruto del yerro. Da miedo opinar sobre aspectos que sean políticamente incorrectos, al entender de la política ‘woke’.
Este movimiento salvaje, que se siente continuamente ofendido, está siendo ahora el que dogmáticamente amedranta, señala y persigue. No se puede hablar del clima; la tauromaquia la han convertido en temática peligrosa y el género en terreno intocable; las mascotas pueden miccionar en tus pantalones, asistir a conciertos y comer en el restaurante; la reflexión histórica, preferentemente indigenista, porque así lo manda la política identitaria; la religión, relegada a fenómeno residual, como si nada hubiera tenido que ver en lo que somos y pensamos.
Aquí estamos, sometidos por un movimiento tribal y gilipollas, arrinconados en el trastero de los derechos y señalados por quienes, desde el ministerio de igualdad (en realidad todos los mini-sterios), nos equipara a los animales y al desatino. Esto huele a disolución social, o, como poco, aislamiento de unos contra otros. Aquellos que, en un principio, se sintieron oprimidos, han logrado ‘la sociedad viceversa’, que diría Galdós. Cada día me percato más de la claudicación de tradiciones y convicciones añejas; aquí me veo, asistiendo, como un pasmarote, al fenómeno de la cancelación, a la destrucción de aquello que me hizo ser y me dio la manera de pensar, con la imposibilidad de hacer nada para impedirlo. Woke (Despierto) que significó una conciencia lúcida para los derechos conculcados a los oprimidos, ha vuelto las tornas para convertirse de ofendidos a vengadores, en donde ya no cabe el perdón.
Han pasado a la lucha de clase, o de identidades, que dicen ahora. Es igual. Han tomado el victimismo como eje de juicio hacia el mundo y hacia todo aquel que no comulgue con su ideal. Del ideal han pasado al idealismo y, de éste, al totalitarismo inquisidor. Las ideas ya no se debaten, se imponen monolíticamente sobre la totalidad del universo. No existe la verdad, ni la libertad de expresión que pueda poner en duda la identidad minoritaria que ahora domina la forma de crear gobierno. Nos hemos convertido en sumisos acríticos ante la corrección política existente: o mamas, o te elimino. Este es el paradigma. De no aceptarlo, se te cancela, se te elimina, se te destruye.
La nueva cultura se llama así: ¡Cancelación! ¿Recordáis los campos de concentración siberianos de los que hablaba Solzhenitsyn? Haced memoria de las escuelas de reeducación maoísta, por ejemplo. No estamos tan lejos de aquella ingeniería social que, con lavado de cerebro, instauraba los postulados de una política todavía existente. El ‘wokismo’ es exactamente eso, una pedagogía del miedo que termina imponiendo la necedad institucional a la que se ha apuntado el gobierno de la nación bajo la sospechosa palabrería engañosa de ‘diversidad, inclusión e igualdad’, tan buenista y tan de la agenda 2030.
La cultura woke quiere destruir y demoler todo lo anterior, sin excepción, en aras de una nueva y supuesta sociedad multicultural ¿Recordáis el ‘pacto de civilizaciones’ del que hablaba Zapatero? Sí, pero a costa de la ruptura, cancelación y tergiversación de nuestra identidad cultural e histórica. Tómese como ejemplo la persecución sistemática hacia el concepto de la conquista de América, la demonización orquestada contra la evangelización, la lectura torticera que se hace del papel civilizador de la Iglesia en Europa y en el mundo, el cambio de análisis histórico en todos los sentidos, a veces hasta la zafiedad.
Ahí está la cultura woke, influyendo hasta en el poder legislativo que nos hacen tragar leyes de despropósito inaguantable: bienestar animal, trans, ley del sí y sólo sí, eutanasia, aborto…contra el sentido común y la moral natural. Dicho de otro modo: de la cancelación a la deconstrucción de la persona, nada más y nada menos. Ello adobado de acoso, humillación y boicoteo hacia todo aquel que no entre por el aro, sometiendo al que discrepa, o acusándole de ‘facha’ (palabra talismán que desactiva tanto como la ‘kryptonita’ a Superman).
Los ‘woke’ se presentan recubiertos de tolerancia y diálogo; hasta que llegan al poder. Entonces cambian, se elevan sobre su tiranía, dominan con miles de estratagemas y manipulación del lenguaje a los ingenuos terrícolas que les creían. Para muestra, un botón: ya existen profesores cancelados por afirmar que hay ‘dos sexos’ ¡sacrilegio!, literatura excomulgada, películas descatalogadas, libros de texto suprimidos, Blancanieves empoderadada, Caperucita lobeznizada, Shakespeare desnaturalizado… O sea, tontos no, lo siguiente, adoquines. Pero, cuidado, la cultura wok ha conquistado España, tanto, hasta tal punto, que ya no podremos ver La Sirenita ni, mucho menos, la Vida de Brian… Cuánto me gustaría resucitar a José Luis Cuerda para que nos dijera: “¡Viva el munícipe por antonomasia!... Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario” Amanece que no es poco.
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