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Álvaro Romero
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En el deporte no existía el ayer. Casi ni el ahora. Terminaba una final y a los jugadores, con el pelo mojado tras la ducha, le preguntaban cosas del tipo: 'Tras este nuevo título, ahora a por el sextete' o '¿Después de esto qué os queda por hacer?' Incluso las aficiones, si el equipo descendía, en el campo se escuchaba aquello de: ¡Volveremos a primera, volveremos otra vez! No había récord que se disfrutase, todos esperábamos la próxima competición, revancha o partido. El deporte profesional era un monstruo que había que alimentar a base de futuro, de expectativas, de promesas.
La pandemia cambió las normas de un día para otro. Por supuesto el deporte, como reflejo o metáfora de nuestra sociedad, se ha visto igualmente afectado. Esto ha traído consecuencias de todo tipo. Desde los ERTE a los quebraderos de cabeza y disputas para decidir qué hacer con todo lo que estaba en juego.
Muchas veces dentro del caos, de la destrucción, de las complicaciones y dificultades somos capaces de encontrar y descubrir cosas positivas, o simplemente poner en valor algo que ya teníamos pero que la vorágine vital en la que hemos estado envueltos, nos impedía apreciar.
Algunas televisiones, especialmente RTVE, gracias a su valiosísimo y vasto archivo documental, se ha adaptado a la falta de deporte reponiendo partidos y competiciones épicas de los últimos 50 o 60 años. Esto nos está permitiendo a unos revivir y a otros conocer por primera vez, grandes hazañas de nuestros equipos y deportistas. Rememorar, valorar los orígenes y las fuentes de las que beben hoy el deporte español.
Gasol tuvo antes un Fernando Martín. Nadal un Orantes. Iniesta un Gento. Rahm un Seve. Márquez un Nieto. En el deporte como en la vida si olvidamos nuestros orígenes, si olvidamos el pasado, lo fácil es que volvamos a caer en lo mismos errores y volvamos al punto de partida, con el atraso, el daño y las dificultades que eso acarrearía. Somos la evolución de lo bueno y lo malo que fueron e hicieron las generaciones que nos precedieron. Deberíamos, sería lo lógico, evitar que las venideras hereden lo malo que recibimos. Eso solo es posible si tenemos la capacidad de no olvidar y saber analizar.
Los políticos de hoy en día han iniciado una campaña de odio, de destrucción del contrario, de desprestigio a base de mentiras y bulos, que ya vivieron nuestros abuelos. Además se están apoyando en las redes sociales para potenciar este odio. La ciudadanía española, muchas de ellas sufriendo la enfermedad, sufriendo el fallecimiento de seres queridos, o la falta de alimentos o de trabajo, asfixiados por los impuestos o que ven sus negocios de toda una vida irse al traste, están maduras para hacer suya el mensaje del odio.
Ahora debería ser tiempo de unidad, de aparcar diferencias. Habrá tiempo de sobra para depurar responsabilidades. La campaña del odio político, ya la vivieron nuestros antepasados. En nosotros está si volvemos al punto de partida o dejamos a nuestros hijos una herencia mejor.
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