El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
Antes de que existieran teléfonos móviles y redes sociales, las campanas de las iglesias fueron un extraordinario medio de comunicación. Los vecinos sabían perfectamente cuándo se llamaba a misa, se anunciaba un nacimiento, una muerte o un incendio. El oficio manual de campanero permitía, incluso, imprimir un toque personal y reconocible. Hoy las pocas campanas que quedan en funcionamiento suelen estar electrificadas y suenan a cencerros.
Siguiendo con las campanas, no es lo mismo doblar que repicar. Doblar es tocar a muerto; repicar, es signo de fiesta o regocijo.
España es, a día de hoy, un país fracasado. No porque así lo quiera una mayoría, sino porque vive desde hace cuarenta años bajo la tiranía de una minoría. Esa minoría que se decía nacionalista, pero que siempre fue independentista porque se cree mejor que el resto de los españoles. En el caso de las vascongadas han contado, hasta hace bien poco, con un ejército de “liberación” que mataba indiscriminadamente mientras sus políticos ponían el cazo del cupo vasco. Ese mismo ejército extorsionaba a vascos ricos para que contribuyeran a la causa. Muchos abandonaron su tierra y vinieron a vivir a Marbella para conservar sus patrimonios libres de mordidas; pocos o ninguno se ha quedado a defender su tierra de estos malhechores y asesinos.
Unos por acción y otros por omisión han convertido a la sociedad vasca en un pueblo patológico. Una sociedad, que homenaje a sus asesinos y los incorpora a listas electorales para que los represente, está enferma de maldad. Y los que miran para otro lado, incluso con la nariz tapada, son cómplices por omisión.
Por eso doblan campanas a muerto. No porque haya etarras asesinos en las listas, sino porque hay vascos que los van a votar y otros cómplices que miraran para otro lado, pero extendiendo la mano para poner el cazo de sus privilegios económicos. Ojalá llegue el día en que las campanas repiquen por la igualdad de todos los españoles.
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