Jaime Sicilia
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Estamos viviendo un tiempo de radicalización del pensamiento, de alienación del espíritu, donde el distinto no tiene cabida en nuestro mundo. Estamos revisitando un tiempo pasado que nos dejó una de las páginas más negras de la humanidad y todo ello amplificado por una tecnología que es maravillosa si se utiliza para el progreso común, pero letal si es para defender posturas totalitarias.
Pero tras las elecciones Europeas, ha llegado la Eurocopa de fútbol y con ella un baño de esperanza para el entendimiento entre los pueblos y entre sus gentes. En la selección española, por citar algunos ejemplos, tiene como extremo derecho a un catalán de padres inmigrantes, él de Marruecos y ella de Guinea Ecuatorial. La nueva esperanza del fútbol patrio se llama Lamine Yamal. En el extremo izquierdo contamos con un jugador vasco de adopción y navarro de nacimiento, futbolista que muestra en el terreno de juego toda la personalidad que imprime haberse criado en Tajonar y en Lezama, las canteras de Osasuna y de Athletic Club. Nico Williams, todo un chicarrón del norte, negro de piel, pero chicarrón del norte patrio. Los padres de Nico son originarios de Ghana. María, la madre, cruzó junto a Félix, el padre, a pie el desierto del Sahara embarazada del hermano mayor del internacional español, Iñaki. Saltaron la valla de Melilla, retenidos por la Guardia Civil y finalmente por mor de la ley vigente, recalaron en Bilbao. Lo demás es una historia de lo más común en España, nacido en España, criado en el seno de una familia pobre y el fútbol que les cambió la vida a los Williams.
Lo de Yamal y lo de Nico solo son dos muestras de lo que es España hoy. Donde la multiculturalidad, la raza, el color de la piel, la religión, la ideología o cualquier otro elemento que nos pueda diferenciar, no impide a una persona llegar a jugar en la selección española. Cuando todos anteponen los intereses del colectivo sobre los suyos propios surgen grandes gestas y se demuestra que la diversidad es necesaria.
Pero el ejemplo de España, lo podemos extrapolar a Francia, Italia, Alemania y todos aquellos países donde está creciendo el odio al que viene de fuera, al que es distinto. ¡Ojalá, el fútbol nos abriera un poco los ojos! Pero sería naif por mi parte pensar que historias como las que he comentado va a hacer cambiar a los miles de estultos que se dejan guiar por cuatro gritos y consignas simples que enardecen e inflaman fácilmente los corazones de los necios.
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