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Epitafio a mi ingenioso hermano José
Obituarios y necrológicas permiten conocer mejor a personajes públicos cuando ya han fallecido. Rompiendo esa norma, sirva este atípico epitafio para reivindicar que hay otros genios más allá de los famosos tradicionales
Hay quienes lloran, otros que sufren, algunos que rezan y no son menos los que se lamentan por la perdida de un ser querido. José Joaquin Benítez Corrales, hijo de José e Isabel, nacido en El Bosque el 6 de abril de 1963, nos dejó en este mundo un 20 de mayo de 2023 y, siéndoles sincero, lo que siento tras su fallecimiento, es un infinito honor, dicha y agradecimiento por haber convivido con él, sin duda una de las personas más buenas, inteligentes, ingeniosas, leales, creativas, bondadosas, perseverantes y habilidosas que hayan existido. A nada ni a nadie decía que no. Como le ocurrió a mi padre, mucha gente se aprovechó de su admirable ingenio, pero a él le bastaba con haber dado vida a las ideas con que soñaba. Ése será su legado eterno, ahí quedarán sus obras y, como le digo a su maravillosa hija Claudia, "tranquila, él sigue vivo en ti y en todos los que de verdad lo quisimos. Dios ya le tiene en su gloria".
Perdí a mis padres y, de cinco que somos, éste es el primer hermano que fallece. Esa dura experiencia la he vivido de una forma que, en cierto modo, le agradezco a Dios, pues en lugar de un profundo dolor, o la amargura, o una irreparable tristeza, lo que he sentido es el paso por mi memoria de los mejores recuerdos o momentos que viví a su lado, lo mucho que recibí de él permanece imborrable como un estímulo que ayuda a seguir adelante. Todo lo demás, ya sabemos que esta vida es muy dura e injusta, pero no hemos venido aquí sólo para sufrir, hay que rebelarse contra ello, pues la pena es losa que sepulta, dolor infinito sin tregua. El luto es negro de túnel, trauma por ausencia, frío que abrasa. La tristeza es pájaro sin nido, flores mustias, camino sin retorno. El resurgir es una campana, movida por impulsos, si nos atrae su sonido.
Mal que nos pese, vemos con total normalidad que los medios de comunicación reproduzcan a diario esos obituarios, también llamados necrológicas, a celebridades o personajes con gran fama y relevancia pública, aunque en mi opinión debería abrirse mucho más la perspectiva, sin tener que recurrir a las clásicas esquelas, para dar cabida a otras muchas personas anónimas que dejan también una profunda huella en la sociedad, con perfiles y trayectorias que merecen ser reconocidas. De hecho, ante esa imposibilidad manifiesta de constatar públicamente los méritos de nuestros difuntos, siempre queda la opción sobre lápidas de los socorridos epitafios, esos breves textos con los que se les honra en última instancia. Pero en el caso de mi hermano José Joaquín, resulta muy difícil sintetizar en una escueta frase lo que significó. Sin duda, son innumerables los recuerdos que tengo suyos, aunque hay uno que destaca en mi memoria desde la infancia. Tendría él siete años y yo dos menos, cuando me hizo ir al patio de casa para, según dijo literalmente “salir volando”. Pensé inicialmente que se trataba de uno de sus clásicos experimentos químicos relacionados con explosiones y olor a azufre, pero en este caso había elevado su ingeniosa apuesta hacia el camino de la ingeniería aeronáutica, pues utilizando una caja grande de cartón con el logotipo de la marca de cigarrillos Celtas Largos y el motor de una lavadora estropeada, logró construir un prototipo de helicóptero. “Estoy intentando reducir el peso y la forma de agrandar las aspas, pero no te preocupes que te llevaré desde la sierra a conocer el mar”. Por lo menos, aquel original proyecto logró resolver el calor que pasábamos durante el verano, al transformar el pretencioso autogiro en un eficiente ventilador.
Sin caer en las odiosas comparaciones, al que fuera Premio Nobel de Literatura en 1925, George Bernard Shaw, no le dolían prendas por afirmar que tuvo “que interrumpir su educación para ir a la escuela” y, en esa misma línea, mi ingenioso hermano José Joaquín, pese a que estudió Magisterio, fue otro gran ejemplo de hombre avanzado a su tiempo, polifacético y autodidacta en múltiples disciplinas, desde la electrónica a la arquitectura, pasando también por la mecánica, el diseño gráfico y la informática. “Era un genio en todo. Si le preguntabas sobre la teoría de la relatividad de Einstein, te la explicaba con palabras sencillas para que la pudieras comprender aunque no fueras experto ni en Física ni en Matemáticas. Y si tu vecino tenía problemas con el termo, también se lo arreglaba, era capaz de todo y más”, comenta mi sobrino Manuel Martín, al que también la diseñó formidables logotipos para sus aplicaciones informáticas, como también realizó diversas ilustraciones que fueron publicadas en Diario de Jerez.
Consuelo, la mayor de los cinco hermanos Benítez Corrales, recuerda “una anécdota genial de José Joaquín. Cuando él tenía unos 11 años me vio limpiando los azulejos del baño y se lamentó de mi trabajo. Al día siguiente me dijo: ‘no te preocupes, estoy haciendo una prueba para limpiar automáticamente las baldosas’. Había buscado un motorcito, no sé si era de un coche, pero le había añadido un trozo de metal y una esponja pegada. Decía que lo tenía que perfeccionar, pero llegó a terminarlo en un ‘plis plas’ y sirvió para limpiar una vez. Nunca lo olvidare”. Elena, nuestra segunda hermana por orden de nacimiento, también recuerda “sus experimentos químicos y los gritos de mamá al percibir los olores que emanaban. Ella decía: ‘Un día salimos volando’. Era ingenioso, hábil, rápido y creativo”. Sin duda, José Joaquín Benítez era un visionario, llevaba muy lejos cualquier idea, superaba lo preconcebido. Así lo demostró creando uno de los primeros ‘pub’ de la Sierra de Cádiz en El Bosque, al que llamó ‘Punto y Aparte’ (para él centro de culturas), siendo incluso emigrante en Alemania hasta que volvió, ya políglota, para fundar junto a su esposa, Pepi Astete, la empresa de decoración ‘Cortinas Beas’, o la de eventos con globos ‘Gloparty’ y, por encargo de ‘Quesos El Bosqueño’, artífice del vanguardista ‘Centro de Interpretación del Queso’, ubicado en la población gaditana.
Probablemente, mi hermano José se llevó al más allá muchos otros inventos, pero el último que realizó en 2018 fue definitivo, superando a los maestros de la ciencia ficción. Junto a nuestro común amigo y científico jerezano José Manuel Carbajo, ideamos la colonia ‘Aire y Agua de El Bosque’ y, con vistas a un video promocional, el genio José Joaquín Benítez creó un artilugio con una simple jeringuilla para que el perfume emergiese de las aguas del río Majaceite. “Eureka,” gritó el experimentado fotógrafo de naturaleza Jesús Rodríguez mientras grababa las imágenes. No menos expresivo que el precioso epitafio escrito por nuestra hermana Pepa, con el que unidos le decimos hasta siempre: Esa tarde de mayo, casi sin darnos cuenta, cuando el cielo pintaba naranjas y violetas, se paró el tiempo, hermano, estalló la tristeza. Y entendí en un segundo lo que un día me contaste, de los veintiún gramos que el alma escindida pesa. Como un soplo se fueron tu ingenio y vehemencia, la fuerza, los anhelos. Y te vi como al niño que jugaba en la puerta, inventando artilugios con cuatro cosas viejas…
(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.
Espinas
Que no arañen tu cuerpo,
que no maldigan tu nombre,
que no escupan en la cara de quienes amas,
que no martiricen tu genética de hombre bueno.
La propia vida ha colocado a muchos en su sitio
y ha destruido a otros sin merecerlo,
pero tu epitafio quedará en manos de alguien que te amó
y tú permanecerás vivo para siempre.
© Jesús Benítez
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