Jaime Sicilia
FEDEX (-0,91%)
el poliedro
Al profesor catalán que daba clases en una universidad del sur se le atribuían algunas 'dislexias' que más bien eran producto de las luchas propias del bilingüe: su "se le van a caer los pelos del sombrajo" llegó a ser guasa de logias académicas. En tercero, él nos hablaba de Política Económica, es decir, de las decisiones y acciones de los gobernantes en materia de inversiones, ingresos y gastos públicos. Tengo la certeza de que si un profesor deja claros dos o tres conceptos importantes hace mucho más por sus alumnos -futuros profesionales- que quienes se empeñan en vericuetos y laberintos que obligan a memorizar fórmulas o enjaretar algoritmos semimágicos (la palabra algoritmo existía antes de las redes sociales, las cookies y la vieja del visillo universal). Aquel profesor, a primera hora de la tarde, con aire sumamente profesoral y algo machadiano, o sea, serio y bondadoso, nos dejó claro algo, a base de repetirlo una y otra vez: que la Política Económica exigía "dosis de política monetaria y dosis de política fiscal" (la ele final la acentuaba de catalanas maneras).
Pero tal política sobre todo exige sentido común. Los miembros de la UE no tienen recurso alguno a la política monetaria; por ejemplo, a devaluar la moneda nacional, que ya no existe. El BCE es el guardián del euro; hoy, el Banco de España es, permitan la humorada, el Manco de España, una institución delegada de Fráncfort, un vigilante de la banca y un centro de estudios. Por tanto, el arma económica con que cuenta el Gobierno es la política fiscal, que comprende la presupuestación de inversiones y gastos públicos, y no sólo la de los ingresos, masivamente obtenidos de los tributos directos, indirectos y especiales: IRPF e IVA suponen alrededor del 70% de la recaudación; los de las rentas empresariales (Impuesto de Sociedades), sólo entre un diez y un quince por ciento. Los llamados 'especiales' -hidrocarburos, alcohol, tabaco, los 'peajes' de la factura de electricidad- dan gran juego inmediato y sin necesidad de trámites parlamentarios al ajuste de las arcas públicas.
Esta semana, la secretaria general de Unidas Podemos y ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, ha sido fiel a su programa y ha metido presión al Gobierno -del que forma parte, así son las cosas- para abordar una reforma fiscal, tras lograr sacar adelante la reforma laboral, recientemente aprobada en Cortes en un episodio parlamentario alucinante, si no fuera patético. Belarra ha vuelto a señalar a las "grandes fortunas" como objeto de todos los deseos de equilibrio fiscal, o sea, la obligación de cubrir los gastos con los ingresos (que es un imperativo constitucional español por obra y gracia de Angela Merkel: ¿recuerdan aquella llamada de la canciller alemana a Zapatero en 2011, en la que "llegó la comandante y mandó parar"?).
Sucede que no hay conejos en la chistera, y que aun siendo del todo justo que quien más gana en el sistema más debe revertir al mismo y más impuestos debe pagar -se llama progresividad fiscal-, la cosa no se improvisa. Las decisiones laborales y los subsidios, y no digamos la cueva del dragón de las pensiones, no hacen de recibo una política fiscal de "donde quito aquí, pongo allí". El cascabel a ese gato no se le pone así por la cara, y el gato son las grandes fortunas. La contabilidad presupuestaria creativa no debe ser objeto de buenos deseos y un afán de justicia social de urgencia. España puede -puede su Gobierno- establecer por ley una exacción más justa para cuadrar el cuadro, el macroeconómico. Pero del dicho al hecho va un gran trecho. La ministra de Hacienda -¿futura alcaldesa de Sevilla?- ha tachado de "inoportuna" la exigencia de Belarra. Dijo Churchill, que lo dijo todo: "La política hace extraños compañeros de cama".
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