Grandilocuencia

El autor sostiene que la grandilocuencia, asociada erróneamente al sobrepeso, es un término interpretable e incluso injusto y limitativo, que coarta la inspiración o desparpajo de quienes pretenden expresar por elevación algo digno de ser ensalzado

19 de noviembre 2022 - 05:00

Las obras de Botero reflejan cierto sobrepeso, que el genial pintor y escultor niega tajantemente: “No he pintado una persona gorda en mi vida”.
Las obras de Botero reflejan cierto sobrepeso, que el genial pintor y escultor niega tajantemente: “No he pintado una persona gorda en mi vida”. / © CEM DEMIREFE

Criticar está a la orden del día, como deporte de masas que nunca pasa de moda. Los halagos siempre cotizan a la baja, dando credibilidad al tópico de que debes hacerte el muerto, si pretendes que hablen bien de ti. Sin apenas resistencia, la antipatía continua en imparable expansión, cual lava que sale del cráter y solo deja desolación a su paso. Tristemente, esta fría sociedad ha convertido en tendencia popular todo comportamiento grosero, basto, soez, ordinario, burdo, cazurro, zafio o tosco. A tal extremo hemos llegado, que si te atreves a calificar positivamente a alguien, enfatizando con todo lujo de detalles, corres el riesgo de que lo consideren grandilocuente.

Se entiende por grandilocuencia el uso de expresiones que pretenden dar mayor importancia a las cosas que se comunican, al otorgarle una relevancia que no se sustenta en la realidad o en hechos concretos, sino en palabras elegidas para agrandar su magnitud. Es decir, resultará grandilocuente, pomposo o elevado todo el que se exprese de manera enfática o solemne, pues llamará la atención por ser exageradamente vistoso, llamativo o lujoso. De ahí que quien recurra a la grandilocuencia, ya sea hablando o escribiendo, podría ser tildado de ostentoso, pedante, exagerado, presumido, rimbombante o retórico. Casi nada, un poco más y acaba en el paredón. A todas luces, un auténtico desatino o despropósito, ya que siguiendo al pie de la letra ese peculiar planteamiento, muchas actividades creativas, literarias, proclamas de amor, loas, agasajos u homenajes varios, pueden ser vistos como un exceso, pues estarían en las antípodas de lo llano, sencillo o simple.

Se entiende por grandilocuencia el uso de expresiones que pretenden dar mayor importancia a las cosas que se comunican.
Se entiende por grandilocuencia el uso de expresiones que pretenden dar mayor importancia a las cosas que se comunican. / © ROLAND M-F

Si hay algo incuestionable, es que el uso del lenguaje no puede 'castrarse' o restringirse con alevosía gramatical y, en mi modesta opinión, la grandilocuencia es un concepto muy interpretable e incluso injusto, limitativo, pues coarta la inspiración o el desparpajo de quienes pretenden expresar por elevación algo digno de ser ensalzado. De este modo, resulta irrisorio que se consideren exageradas expresiones históricas como "Veni, vidi, vici" (llegué, vi, vencí) atribuida al general y cónsul romano Julio César, o el relevante aforismo que, al parecer, pronunció la sultana Aixa, madre del último rey islámico de Granada, Boabdil el Chico: "Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre", espetado a su hijo cuando éste salió de la Alhambra el dos de enero de 1492, entregando sus llaves a los Reyes Católicos. Tampoco se ponen de acuerdo los historiadores sobre su autor real, pero hay una frase mítica entre las grandilocuentes, que no tiene desperdicio: "Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros", supuestamente 'eructada' por el presidente de la Primera República Española, Estanislao Figueras y Moragas en 1873, poco antes de exiliarse en Francia.

Siempre que sale a relucir la palabra grandilocuencia, me viene al recuerdo la inigualable obra de Fernando Botero, uno de los grandes referentes del arte figurativo. Suele distinguirse por las dimensiones abultadas de sus creaciones que, a ojos de muchos observadores, reflejan un cierto sobrepeso que, lógicamente, el genial pintor y escultor colombiano niega tajantemente: "No he pintado una persona gorda en mi vida. Yo he expresado el volumen, haciéndolo más monumental, como una exaltación de la vida”. Y así es, pues al igual que ocurre con el término grandilocuente, cada cual interpreta o expresa la realidad en función de sus gustos, complejos o fobias. Como afirmó el escritor Noel Clarasó: "Embellece tu vida con pensamientos y con palabras. Trata tú mismo de descubrir cuáles han de ser los pensamientos que te embellezcan la vista y que, al convertirse en palabras, ofrezcan esta belleza a otros"…

(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.

Acelerado

Al abrir la ventana,

creyendo ver la mañana,

observó los astros y estrellas

que el cielo plagaban.

Tras salir a la calle, creyó

que cantaban las chicharras,

se miró a los zapatos y vio

que no había salido de casa.

Sintió que llegaba

a la cumbre de la montaña y,

para su asombro,

cayó de la cama.

Quedó estupefacto al creer

que tocaba la torre más alta

pero gritó al ver que, de nuevo,

las tijeras se clavaba.

Atónito presintió

estar en una isla solitaria, pero,

deprimido. observó

que alguien estornudaba.

Añoró los sueños

que en una vitrina guardaba,

pero se dio cuenta

de que nunca atesoró nada.

Perplejo, alucinó

pensando que volaba sin alas,

y para su sorpresa descubrió

estar escribiendo a máquina.

Pensó que algo había que hacer.

Sin llegar a conseguirlo

se esfumó siguiendo el rastro

de una bandada de pájaros.

Al final,

decidió no creer en nada,

aunque en realidad

jamás tuvo certezas claras.

Se dio cuenta

que había perdido el tiempo,

aunque, para su asombro,

los relojes tampoco existían.

Abrió la boca, gritó muy fuerte,

se escuchó a sí mismo,

y siguió haciéndolo,

ya nada le importaba…

© Jesús Benítez

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