El parqué
Álvaro Romero
Jornada de subidas
Tribuna Económica
Las preocupaciones de los empresarios son diversas, algunas clásicas, otras nuevas, y no todas preocupan a todos por igual. Hay hechos internacionales que irrumpen en la vida empresarial, y las normas de la Unión Europea son sin duda lo que más condiciona la vida de las empresas, pues temas dispares como el transporte público individual (taxis), o el alojamiento por días (viviendas turísticas), dependen de decisiones de tribunales y directivas europeas; y, sobre todo, la regulación del medioambiente, donde la UE es hoy la zona más exigente del mundo.
Los empresarios se encuentran con disrupciones repentinas, competencia inesperada, tecnologías que no saben cómo aplicar, y que afectan de forma muy distinta a la cadena de valor. Pongamos por caso la agricultura, donde los problemas de productores, mayoristas, transportistas, minoristas, son distintos en relación a financiación, seguros, marca, energía, recursos de tierra y agua, contaminación, y regulaciones cambiantes que deben aplicar; estas diferencias e intereses se concretan en los mercados y los precios, y vienen influidas por las necesidades de personal, su formación, los salarios, y los impuestos.
Las condiciones laborales, los salarios y los impuestos se tratan de manera muy simplista en el debate de la política económica actual, pues el impacto de las medidas va a depender sobre todo del tipo de empresa. Tres autores, Drucker, Marirov y Neumark, han estudiado seriamente los efectos del salario mínimo en Israel, y ven cómo las empresas que tienen más de la mitad de su plantilla con salarios mínimos sufren un recorte importante de sus beneficios cuando el salario se eleva, pero no despiden personal al no tener tecnología sustitutiva y basarse su negocio en el uso desproporcionado de mano de obra barata. Hay empresas a las que esto no afecta, y otras a las que sí, y en realidad no se sabe qué efecto tiene sobre el paro, pese a los datos de algunos servicios de estudios, analíticamente pobres y tendenciosos al seleccionar muestras y referencias, que luego se difunden sin cuestionarlos. De lo que no hay duda es del impacto desigual sobre las empresas, y la necesidad de corregirlo.
"Notamos cierta hostilidad por parte del gobierno hacia la empresa -me decía un empresario-; no hay ni un solo guiño en positivo". Creo que tiene razón, y habría que contar mucho más con la herramienta compensatoria de la política fiscal, pues no es nada nuevo apoyar fiscalmente a las empresas y a personas que sufren las consecuencias de alteraciones productivas; en Estados Unidos hay un programa federal para comercio exterior, y la UE tiene en cuenta en su plan de acción de producción sostenible a los perjudicados. De la misma forma puede aliviarse, mediante créditos fiscales y apoyo al factor trabajo, a empresas que no encuentran en la tecnología y procesos la forma de adaptarse a los cambios laborales; Corea del Sur lo ha hecho, y deberían analizarse las herramientas utilizadas y los resultados. Tanto si es una actitud política como de técnica económica, es subsanable, mostrando a los empresarios empatía con las condiciones en que desarrollan su labor, y llevando la política fiscal a una nueva normalidad, actuando como apoyo y no sólo como carga.
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