Ilusión de niñ@s

04 de enero 2024 - 00:45

Entre las secuelas de las zambombas, los vestidos de la Pedroche, de Olga Carmona y las reminiscencias de los pocos cotillones que se celebran, hemos llegado a otro año por arte de birlibirloque. Pero lo significativo es que todavía nos creemos que las cosas cambian por aquello del quite en los tercios que le hace cada final de año al solsticio de invierno del hemisferio norte. Sea por hacer culto al sol, a las saturnales paganas o a las fiestas en que la naturaleza empezaba a hacer días más largos y noches más cortas, lo cierto es que seguimos un calendario que, sin duda, deja mucho que desear en las civilizaciones que lo siguen.

Preferimos hacer oídos sordos a los científicos y a los astrónomos y subirnos al carro de la fiesta cristiana invernal de toda la vida. Es lo más sincero que hace el cerebro reptiliano para optar a ser emocionalmente activo y buscar en la sensibilidad más tierna la verdadera ilusión de unos días cargados de argumentos para ser los mejores económicamente hablando del año para la mayoría de pequeñas empresas del sector hotelero y de restauración.

Surrealista, sí, porque paradójicamente, sería lo mismo que en la Judea actual, donde las bombas no dejan que la gente pueda escuchar ni ver fuegos artificiales. Anacrónico, sí, pero más bien como corazas de autoprotección emocional de cómo nos comportamos como niños siguiendo esperando a la cabalgata para terminar las fiestas de la natividad como Dios manda.

De nada sirve que nos enteremos que lo de Ucrania sigue ahí, que empecemos a hablar de semana santa por calle Sierpes, que las campanadas aterricen en ciudades con cámaras enviadas por los mismos gerifaltes políticos del partido en el poder o que los precios de la luz, del agua y de los alimentos sigan subiendo en esta primera semana de año. Lo dicho, como niños. Pero ellos sí son auténticos. Nosotros no.

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