Jaime Sicilia
FEDEX (-0,91%)
Era mi último año de juvenil, aunque junto a otros tres compañeros ya había debutado con el equipo senior. El entrenador nos anunció a la finalización de un entrenamiento que en la próxima sesión prevista, íbamos a disputar un partido amistoso con el equipo de Puerto Real que aquel año iba a tener como entrenador –jugador nada más y nada menos que al mítico Gin Catellví.
Gin era un veterano nacido en Cádiz que había triunfado en el balonmano español. Había jugado en Granollers y brilló durante 8 temporadas en el Barcelona de finales de los 70 y principios de los 80. Yo le había visto jugar en televisión defendiendo los colores de la selección española y, como se puede imaginar, para todo el equipo juvenil de Club Balonmano Jerez era un privilegio medirnos con una leyenda del balonmano.
Era un amistoso, pero lo afrontábamos como si fuera una final del campeonato del mundo. Castellví jugaba de central y esa era la posición que me tocaba defender. Recuerdo que en una jugada en la que ellos atacaban en estático, tras circular el balón una par de vueltas, Gin me fijó y buscó una penetración tras finta. Yo intenté defenderlo con toda la fuerza y rapidez que pude, pero en un visto y no visto me fintó, con la mano libre me golpeó la cara y el pecho, con el brazo del balón lanzó a la escuadra, mientras yo estaba en suelo con las manos en la cara. Los árbitros dieron validez al gol y yo me encabrité con el que tenía cerca y le reclamaba con muchos aspavientos y a voz en grito que Castellví me había golpeado. Acto seguido me sacaron la tarjeta roja y me expulsaron. Me fui a la ducha cabreado, avergonzado y abochornado. Como el partido seguía y estaba solo en el vestuario se me saltaron la lágrimas.
Más de una década después, yo era un veterano de más de treinta que seguía jugando por hobby, con un equipo que se había formado en la barriada de La Granja. Un equipo de chavales jóvenes con tres o cuatro veteranos de aquel equipo juvenil. Disputamos una liga provincial menor, pero en el último partido, si ganábamos a Sanlúcar en casa, nos clasificábamos primeros y nos ganábamos el derecho a jugar la fase de ascenso en Almería. El caso es que el Balonmano Sanlúcar contaba sobre todo con un chaval joven que incluso había jugado en el gran Barcelona de Valero Rivera, pero las lesiones le truncaron la carrera de jugador. Bago de apellido, era bajito pero muy fuerte y tremendamente habilidoso. Lo normal es que cada partido anotara más de 15 o 20 goles.
El partido fue muy duro e igualado, pero era evidente que de no hacer algo Bago nos lo ganaría. En un momento dado a poco del final, nos bastó una mirada a los veteranos y en una jugada de ataque del jugador sanluqueño lo paramos entre dos o tres con varios manotazos. Mientras que el árbitro iba a sacarle una tarjeta amarilla, creo que o fui yo o al alimón con otro compañero, fuimos a levantar al jugador contrario, mientras le dijimos algunas barbaridades y lindezas al oído de tal forma que él se cabreo y nos empujó lo que le costó la expulsión directa mientras nosotros nos revolcábamos por el suelo de dolor, pero realmente nos estábamos riendo por dentro. Ganamos el partido y nos fuimos a Almería.
El juego sucio siempre ha existido en el deporte y en la vida, creo que difícilmente desaparecerá. Es el atajo que los que somos peores o muy veteranos tenemos que escoger cuando se sabe que el rival es muy superior a ti. Pero la clave para combatirlo es saber gestionar tus emociones y no entrar al trapo como se suele decir. Vinicius es el claro ejemplo de lo que estoy contando, o aprende a dominarse cuando intenten sacarle de sus casillas o al final él será víctima de su enorme talento. Los rivales lo saben y él sigue cayendo en la trampa.
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