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Nos causa perplejidad la inteligencia artificial, que aprende de su propio funcionamiento y autogenera conocimiento, por ejemplo para escribir o traducir; los sistemas ciber-físicos de realidades aumentadas y virtuales; y el internet de las cosas, que permite fabricar desde una pieza a una casa. Pero hay quien avisa de los desequilibrios que ocasiona en la convivencia, pues las tecnologías aunque son progreso, por el camino crean desigualdades, acaban con empresas, excluyen territorios, y al final hay quien toma ventaja y se aprovecha desproporcionadamente, y quien no.
Daron Acemoglu y Simon Johnson en su nuevo libro Power and Progress (Public Affairs) tratan este tema. Acemoglu es un candidato al premio Nobel y sus palabras se siguen con atención. Si estudiamos las disrupciones tecnológicas en la historia –dice– vemos cómo aplanan los salarios de clases enteras, crean condiciones difíciles de vida, y conflictos de distribución y de poder en el propio trabajo. El Global Forum on Democracy and Technology, de la Brookings Institution, muestra que las oportunidades reales para participar en la transformación digital son muy desiguales, y que coincidiendo con la expansión digital, la distribución de la renta medida por un índice, se concentra desde 1980 a hoy. En economías de alta renta, si ponemos 100 como desigualdad total (la igualdad total sería cero), pasa en estos años de 40 a 50; y en las más pobres impacta mucho más, de 50 a 65, pues un porcentaje pequeño de la población pudiente se enriquece con la tecnología. Esto no es un imperativo o ley económica, ya que la acumulación que procede de la tecnología digital no se reinvierte y aumenta la productividad, sino al contrario, vemos que concentración de renta y productividad económica son dos líneas divergentes; de aquí que el cambio tecnológico deba equilibrarse desde el inicio, ya que no genera progreso humano de manera espontánea. ¿Verdad que se podría hablar sobre estas cosas en la campaña para las elecciones, y no sólo de temas manidos, extremadamente ideologizados?
Coincido con Acemoglu en su rechazo a programas de compensación de rentas básicas, pues lo que hay que evitar son los desfavorecidos tecnológicos, y elevar las profesiones y sueldos de enfermeros, jardineros, electricistas, escritoras, profesores, carpinteras, y otras muchas ocupaciones y oficios, mediante la tecnología y organización de la producción. Si nos ponemos a pensar, hay trabajos de épocas antiguas que cobran vida con la tecnología. Hace poco conocí en Soria, en la misteriosa ermita de San Saturio, a un joven que desempeñaba el puesto de santero, o cuidador del lugar sagrado (hay un precioso librito de Gaya Nuño sobre el tema, en Espasa Calpe, muy polémico en su día). Los santeros vivían allí, con la incomodidad y aislamiento que suponía, pero este joven trabaja hoy con un sistema tecnológico de seguridad que combina con la presencia física, para que cualquier posible daño natural o provocado, pueda atajarse de inmediato. El ejemplo es quizás algo excéntrico y pintoresco, pero ilustra lo que queremos decir; sólo cabe pensar que el santero tiene un sueldo digno, adecuado a su responsabilidad, y el valor material y espiritual de lo que guarda.
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