El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
El feminismo moderno comenzó con las revoluciones liberales, en las que las sufragistas luchaban por el voto, y por una verdadera igualdad ante la ley. De esta época, la francesa Olympe de Gouges que escribió en 1791 la famosa ‘Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana’, por la que sus camaradas revolucionarios terminaron guillotinándola en una plaza pública.
En 1884 llegó el feminismo marxista. Engels escribe la obra: ‘El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado’, según la cual, en la familia el hombre es el burgués y la mujer el proletariado, añadiendo así a la lucha de clases, la guerra entre sexos.
Con Simone de Beauvoir aparece el feminismo de género. Publica en 1949 el catecismo del feminismo moderno, llamado el ‘El segundo sexo’. Para la escritora: ‘No se nace mujer, llega una a serlo’. Considera que la esencia femenina es artificial y contingente. Al no ser sustancial, lo que se construye admite ser deconstruido y ser mujer ya no es algo biológico, sino un mero artificio impuesto por el patriarcado.
En los años 70 del siglo XX, será Kate Millett la que dé otra vuelta a la tuerca, en su obra ‘Política Sexual’, afirmando que la identidad sexual es un hecho político. De esta forma, se empieza a demandar del Estado la intervención en los asuntos sexuales. Ya en la década de los 80, otra francesa, Monique Wittig será quien radicalice los postulados de Simone de Beauvoir y afirmará, sin rubor, que la mujer no existe. Ya en los 90 emerge la californiana Judith Butler que en su libro ‘El género en disputa’ afirma que el sexo siempre fue género. Para la autora, el sexo es lo que tiene que ver con la biología; el género, con lo cultural. Pero como el sexo siempre fue género hay que olvidarse de lo biológico.
Como vemos se ha pasado de luchar por la igualdad entre hombre y mujer, a negar la existencia del sexo femenino. (Continuará...)
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