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Álvaro Romero
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Tribuna Económica
Las historias de mujeres pintoras en la antigüedad son fascinantes, y muestran los esfuerzos que tuvieron que hacer para sacar a la luz su talento. Cada vez que tengo ocasión veo algún cuadro de Artemisa Gentileschi, y recientemente he visto una Anunciación, en el museo Correale de Sorrento, y tres en el Capodimonte de Nápoles, entre ellos el terrible degollamiento por Judit, con la ayuda de su doncella, del general Holofernes, pintado en 1612-1613, inmediatamente después que Artemisa fuera violada por Agostino Tassi, pintor visitante en el taller de su padre. Este hecho se documenta con el testimonio de Artemisa en el juicio, con la peculiaridad de que aunque hubiera pasado tiempo, y se plantearan todas las dudas habituales sobre la veracidad de su declaración, el violador fue condenado a cuatro años de trabajos forzados, o el exilio de Roma -donde estorbaba-, eligiendo esto último que ponía fin a su carrera. En las salas de los pintores seguidores del Caravaggio, sólo José de Ribera puede compararse con Artemisa Gentileschi, muchos de cuyos cuadros fueron falsamente atribuidos a su padre, por el prejuicio de que una mujer pudiera pintar con esa maestría.
Más de 450 años después de que una Última cena de Jesús fuera pintada por vez primera por una mujer, se puede ver en Florencia la obra de Plautilla Nelli, monja y pintora del siglo XVI, restaurada por la fundación Advancing Woman Artists, dedicada a recuperar obras de mujeres olvidadas. La pintura de Nelli es extraordinaria en los detalles de ropas, objetos, y otros como pestañas y uñas; y en la técnica que exige un cuadro de esta envergadura, con 6,40 metros de largo. "Un festín para los ojos" la titula una revista, con un fácil juego de palabras sobre el tema. Por coincidencia, El Prado inaugura Historia de dos pintoras, que no he visto, pero que debe ser sensacional, pues reune a Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, ambas de la segunda mitad del XVI. Anguissola vino a España como dama de Isabel de Valois, hizo muchísimos retratos, no firmados, pues no fue pintora oficial, aunque le pagaban en especie con joyas y ropas. Lavinia tiene en común con Sofonisba un padre pintor, y el mérito singular de tener taller propio y ser reconocida como profesional, haciendo retratos y pintura mitológica con un toque especial de invención erótica en el desnudo femenino, ya que las pintoras tenían vetados los modelos masculinos.
La reciente película de Céline Sciamma, Mujer en llamas, apunta en esta historia de una pintora y su modelo en el siglo XVIII, las dificultades por las que pasaban las mujeres pintoras, para las que el papel paterno era fundamental, e incluso firmaban con su nombre para vender mejor. Aunque el tema de la pintura es sólo el marco para la hermosa película de Sciamma, los prejuicios que recoge confirman que la brecha de género no es una invención, sino una realidad a la que durante siglos las mujeres han tenido que adaptarse y vencer, en algunos casos de manera dramática, y siempre poniendo por delante un talento excepcional. "Rogad por la pintora" es la inscripción que aparece en el cuadro de La última cena de la hermana Nelli, y que puede hacerse extensiva a todas aquellas mujeres, desde la antigüedad hasta fechas relativamente recientes.
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