Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
En una bella exposición de carteles anunciadores de las fiestas populares de Jerez, me he fijado en uno del año 1946, que titula: “Jerez Semana Santa y Feria de 1946” Una bella mujer con traje de gitana, sus tres volantes, peineta con redecilla de madroños, un ramo de flores en la mano izquierda y un abanico en la derecha. La torre de la Colegial, los varales de un paso de palio, los candelabros de cola y los bordados del manto.
Ya se vislumbraba en esas épocas que ambas cosas eran fiestas populares que celebraban la primavera. En el “Sentimiento trágico de la vida” de D. Miguel Unamuno me llamó la atención esta afirmación: “Ni a un hombre, ni a un pueblo –que es, en cierto sentido, un hombre también- se le puede exigir un cambio que rompa la unidad y la continuidad de su persona”.
La deriva religiosa de las procesiones, de gloria, de pasión, de reconocimiento, se programan combinando diversos interese: terrazas, horarios, alquiler de sillas, horarios, dorados en metales, maderas y bordados. Flores, bandas de música, incienso. Militares armados y algunos haciendo malabares…
Y el paso del Resucitado, iniciativa de D. Rafael Bellido Caro, que se percató de que sin Resurrección la fe es vana.
Así es Andalucía, preciosa, musical, colorista, trabajadora cuando hay trabajo, solidaria, alegre, religiosa... espectadora.
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