Felipe Ortuno M.

Totalitarismo

Desde la espadaña

20 de noviembre 2022 - 01:37

Somos pregunta ¿Cómo se puede llegar hasta el populismo totalitario? Basta con despreciar la verdad, ser escéptico en todo y, por supuesto, practicar el relativismo ultramontano. Quiero expresarme con libertad, ahora que todavía se condesciende con la divergencia, para aportar ideas, por supuesto inocentes, sobre lo que nos agobia y pudiera llegar a asfixiar. Como estamos en tiempo de 'memoria', que consiste en recordar lo olvidado y no pensado, me atengo a la historia reciente para que no se vuelva a repetir hogaño lo que en tiempos pasados descalabramos.

Porque los grandes estragos de Europa han acontecido en la modernidad del siglo acaecido, cuando creíamos que los pueblos occidentales habían conseguido el mayor grado de pensamiento y cultura. Comunismo, nazismo y fascismo no son productos de la edad de piedra, cuando los brutísimos homínidos se golpeaban con porras y cachivaches. Las vergonzantes purgas ideológicas nos han sobrevenido 'anteayer', y no me extrañaría que volvieran por sus fueros si no estamos atentos a lo que se nos avecina con las ideas rocambolescas que rondan por los mercados políticos de la carrera de san jerónimo.

Es evidente que estamos en tiempo de engaño universal, y decir la verdad se considera un acto arriesgado y casi revolucionario. Daos cuenta que, como pasaba en tiempos de pensamientos estrechos, contradecir la ortodoxia imperante constituía un acto de riesgo supremo. (A Sócrates, por ejemplo, le costó cara su coherencia y eticidad) Necesitamos, entre tanto relativismo holístico, defender el criterio de verdad, convicción y creencia, ante tanto rumor y calumnia que mata y señala a todo aquel que no pase por la argolla de lo políticamente correcto.

Frente a quienes se empeñan en mantenernos en la caverna, o convencernos de que la realidad son las sombras y no los hombres de carne y hueso, hay, todavía, quien señala el objetivo de la verdad, contrastada con la conciencia y no por el mandato de lo que conviene decir o pensar. El tentador, con su mentira distópica, 'anda rondando a quién devorar', por lo que es aconsejable resistirle con cultura, criterio y crítica adecuada. 'Fahrenheit 451' vigila los cerebros prohibidos para que, con 232,8 ºC (infierno de Dante) se inflamen y ardan. Antes morir que perder la vida, si es que nos obligaran a 'no pensar-no escribir-no criticar' ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Las convicciones se defienden cuando, entre todos, nos atrevemos a decir 'no', aunque 'no salgamos en la foto', con lo que amenazaba un veterano vicepresidente a sus correligionarios, cuando le sostenía la poltrona de entonces (y se ha cumplido la profecía). Ahora estamos en nuevos adoctrinamientos, que, como una especie de amaestramiento en las ideas, nos deja sin razón. ¿Por qué? Porque ahora ya no importa la verdad, ni que la diga Agamenón ni la remache su porquero. Estamos bajo las garras propagandísticas, apresados por el hipnotismo de las mil caras de Calígula (Octavio Paz) que relativiza todo cuanto toca, hasta la abyección.

Las masas no suelen poner en cuestionamiento lo que viene dado, se acomodan a la fotocopia del sistema sin criterio propio, tragan (tragamos) como borregos y nos dejamos llevar por la dirección que nos imponga el taxista, sin juicio y con desusado discernimiento. Caemos en el relativismo de la servidumbre ignominiosa donde hasta el lenguaje esclaviza a todos-as-es. No es baladí que el lenguaje sea el primer parapeto del totalitarismo; destruyéndolo se habrá tumbado el diálogo; no habiendo diálogo quedaremos a la deriva, sin brújula y en manos del nihilismo, sin ideas.

Si no plantamos cara a la sibilina manera de proceder el poder, habremos llegado al fin del viaje, siendo zombis o 'cerebros hackeados que votan' o 'un algoritmo biológico'(Harari) lleno de informaciones inconscientes. Aquí estamos, bajo la influencia de 'cadenas subvencionadas' que procuran no morder la mano que les da de comer. Ahora sólo nos queda 'Sálvame' 'La Isla de las tentaciones', algún programa embadurnado de culturetas y, sobre todo, un lenguaje inclusivo insoportable, que rompe la realidad y priva a la razón del raciocinio, para introducirnos en la demagogia de las emociones manipulables.

Quienes pretenden convencernos de que no hay verdades absolutas, tienen la absoluta seguridad de cargarse la verdad misma con tan sólo señalarte con el dedo, el mismo que señaló a Pedro en el patio de Caifás. Una presión externa que nos acoquina y estremece si, a tiempo, no plantamos cara al totalitarismo emergente de lo políticamente correcto y estúpido.

Entre tanto, veremos campar a sus anchas la sedición, la malversación de fondos, el CGPJ y el terrorismo institucional, que, si fuera preciso, pactarían con luzbel, con tal de vampirizarle a España la yugular.

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