El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
Las cosas funcionan a un ritmo lógico y cotidiano porque creemos equivocadamente que así lo hacen, pero la verdad es que es todo lo contrario. Las circunstancias nos controlan a la velocidad de la luz y hacen que vivamos, a duras penas, al filo del límite. No es que seamos más rápidos que Alonso en busca de podio, pero sí que andamos lanzándonos al vacío a toda marcha, desesperados y sin frenos. Adelantándonos con prisas todo lo que podemos.
Por eso los zombies, los fantasmas y los cadáveres del Halloween de estos días se han ido orbitando a la atmósfera más externa del planeta, cegados por tantas bombillas, luces de Navidad y estrellas prenavideñas como se han encontrado en las calles y en los árboles en la última semana. Se han ido a galaxias lejanas aturdidos por tanta luz y echando de menos la oscuridad y la tiniebla y cegados por luces por doquier. Se han sentido fuera de lugar y de sitio ante tanto alumbrado lleno de vida ficticia. Por su parte, las zambombas se están anunciando desde ya, a bombo y platillo, o lo que es lo mismo, a corneta y tambor.
Puede que tengamos que comer los polvorones y tomar el anís en los palcos ya puestos en las calles del centro para regocijo de los capillitas y para que la cabalgata de Reyes tenga claro su recorrido y su sentido por la carrera oficial. Lo mismo que cuando se estén friendo las torrijas y las imágenes estén puestas en los pasos, el olor a nardos e incienso se mezclará con el del azahar y el polvo de albero, haciendo posible incluso que se haga estación de penitencia en pleno recinto ferial, que se pueda consolidar aquello de que lo del buey y la mula se cambie por caballos de vapor y por caballitos de motocicletas, organizando las visitas a los belenes en la recta de meta del circuito o sustituyendo el premio al mejor portal de Belén por el de la mejor caseta del Real.
No deja de ser de engañabobos. La velocidad hecha protagonista. Tanto que nos dejamos atrás nuestras vidas.
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