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Alquilar el vientre a una mujer se le conoce con el eufemismo de gestación subrogada. Dos partes se ponen de acuerdo -normalmente previo pago-, para fecundar un óvulo con o sin vinculación genética con la gestante. Las fuerzas progresistas del país están que trinan y no les falta razón. Liberales y conservadores están divididos entre los que la apoyan o la combaten y los que- en su eterno viaje al centro- piden un debate profundo que es como no decir nada. No me convence ninguno y no es solo cosa mía; la desafección del ciudadano con sus políticos es el peor de los tsunamis para la democracia.
Al progresismo le parece intolerable que a la mujer se le pueda cosificar como si fuera un envase, pero no muestra la misma consideración por el no nacido que acaba desmembrado en un contenedor de residuos biológicos. A este despropósito se le llama interrupción voluntaria del embarazo; es además un derecho. Acabar con una vida, cien mil en España cada año, un derecho, alquilar un vientre para una vida, una obscenidad. No cuadra.
Se comprenden las razones y sentimientos de aquellas personas que no pueden concebir, el dolor y sus consecuencias, pero eso no justifica que se le ponga precio a la gestación. Ni aun cuando no mediara precio. Alquilar vientres será puerta de entrada al desarrollo de la manipulación genética para sacar un mejor producto, a tratar la vida humana sin la dignidad que se merece. Y esta dignidad es Sagrada.
De haber desacralizado la vida resulta el siniestro utilitarismo que se practica a derecha e izquierda del espectro político y que ha reducido al ser humano a una caricatura de sí mismo, una marioneta, un muñeco de trapo, una masa zombi con mente débil atontada en el uso de una tecnología que prescribe -sobre todo a los más jóvenes- mensajes precisos para guiar sus vidas al gusto del Poder.
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