El parqué
Álvaro Romero
Tono alcista
Voluntad es la divina palabra, bien entendida como una facultad individual de decidir y ordenar la propia conducta, fijándonos objetivos concretos y luchando hasta alcanzarlos. La voluntad es un flotador que nos lleva a tierra firme, que nos saca del pozo. La voluntad es una chispa inesperada de raciocinio, un paracaídas de emergencia que vuelve a ponernos los pies en el suelo. Voluntad significa asumir una actitud, supone una convicción firme, rotunda y solvente. La voluntad es un paso adelante, coherente, responsable y adulto, un avance inexcusable. Voluntad es quererse, respetarse, valorarse, conocerse. Voluntad es una confesión de pecados en voz alta, sin complejos, asumiendo la promesa de rectificar. Voluntad es liberarse de prejuicios, La voluntad es el gesto rebelde del acosado: es decir basta, plantando cara al infortunio, al desánimo.
Cada prueba manifiesta de seguridad o autodefensa es sintomática de la voluntad que aflora con determinación en nuestros actos, protegiendo a la dignidad, tal vez perdida. La voluntad se manifiesta en la conjura de los demonios. La voluntad es un desnudo premeditado, sin tapujos. Voluntad es una liberación de toxinas, mentales, orgánicas y químicas, tanto propias como de malas influencias externas a las que pondremos coto. La voluntad mueve aquellas montañas que nos distancian de la realidad. Nace en el sufrimiento y emerge como un aroma sutil, con muecas de optimismo. El tren que nos lleva a levantar la moral efectúa su salida desde la estación llamada voluntad. Todos los progresos individuales, las catarsis que obligan toda existencia errónea, tienen su origen en la voluntad. No hay metamorfosis sin voluntad, ni perpetuación civilizada de la especie sin voluntad.
Voluntad es tomar la iniciativa, o esa canción, sinfonía o poesía que estimula a los impulsos. Cuando se cuestionan permanentemente nuestras cualidades, virtudes o esfuerzos, debemos recurrir a la voluntad que el adversario miserable no posee, buscando otros vientos, convencidos de que hay quien sí nos merece. La voluntad es el corazón que nos late y bombea con fuerza, es el volcán que permanece dormido en un rincón del alma. La inteligencia es el espejo más transparente de nuestra voluntad. La luz que surge en la oscuridad, proviene de la voluntad. Aquellos que adolecen de voluntad, reptan a duras penas en las cloacas, ciegos de perspectiva, cual zombies desahuciados. Todo el que no despierte su voluntad, se dará eternamente la espalda a sí mismo, renegará a la vida, caminará sin notar sus pasos, no dejará huellas, ni sombras alargadas.
La voluntad espera en una conversación sincera con nuestra conciencia, o dialogando con el prójimo que escuche de forma leal, aquel que nos abra los ojos desde su propia experiencia. Indefectiblemente, la voluntad se descubre en un acto de amor, en un encuentro con la esperanza, en el borde del precipicio, en cualquier lugar por inhóspito que sea. Por activa o por pasiva, la voluntad surge de esa amargura que se mastica en privado, con las persianas bajadas y los fantasmas flotando en aire viciado. Redimir al alma de un invierno cruel e impuesto, exige buscar resquicios voluntarios de calor intimo, obliga a encontrar respuesta a la eterna pregunta, de forma individual, en soledad, propiciando el reencuentro con la autoestima, esa musa del amor propio en la que nunca acabamos de confiar, por efímera, errante, cíclica e incluso infiel. No es posible superar el desaliento o la frustración, sin erradicar la apatía o el desencanto, te obligan a una terapia voluntaria de lágrimas y silencios prolongados, reclama ausencias sin relojes de arena, ni observadores impertinentes.
Allí donde la epidermis comience a recuperar su temperatura, allí donde la sangre vuelva a motivarse por recorrer nuestros hemisferios desconocidos, allí levantaremos el resurgir anímico mediante la voluntad. Allí donde el pensamiento doloso vaya perdiendo sabor a vinagre, allí donde los traumas y frustraciones se conviertan en botellas con mensajes lanzados al mar, allí donde yacía el eclipse, volverá a lucir nuestro sol interior, gracias a la voluntad. Negando el ánimo, el ser humano navega con sus limitadas certidumbres y progresa entre las pesadillas de la inseguridad o lo incierto, a fuerza de golpes. Así alteran los mortales el curso de su intrahistoria, así vuelven a estar de pie, generando voluntad de cambio, en un reto constante por salir a flote, aflorando desde el abismo. Voluntad es la última toalla que nunca arrojaremos al suelo…
(*) Jesús Benítez, periodista y escritor, fue Editor Jefe del Diario Marca y, durante más de una década, siguió todos los grandes premios del Mundial de Motociclismo. A comienzos de los 90, ejerció varios años como Jefe de Prensa del Circuito de Jerez.
Me quedé dormido
en un mar de pesadumbres.
Ansiaba, qué sé yo,
tal vez la propia vida.
Superando toda capacidad de asombro,
la genética vino a mi socorro.
Me dijo al oído, alto y claro:
¿Es que no te reconoces a ti mismo?
© Jesús Benítez
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