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Se acabó el confinamiento y llega la hora de que cada uno asuma sus responsabilidades. El Gobierno ya no es dueño de nuestras vidas ni condiciona nuestra libertad de movimientos. Un sector amplio de la sociedad sigue con el miedo metido en el cuerpo y mantendrá las cautelas para bloquear la reaparición del virus, pero siempre habrá quien se tome las precauciones a título de inventario y no sólo pondrá en riesgo su salud y su supervivencia sino también las de su entorno.
Como en las guerras, ya han aparecido los casos de estrés postraumático. Lo explican médicos que admiten que ellos mismos conocen de primera mano el sufrimiento de esa enfermedad, pues son los sanitarios los que han vivido de forma más cercana y directa el alcance de la tragedia.
Se acabó el confinamiento pero la vida no será igual. Entre otras razones porque el miedo a un repunte, que se vive ya en otros países, nos puede alcanzar en cualquier momento. Por otra parte, miles de negocios nunca volverán a abrir, se cuentan por millones los españoles que no recuperarán su trabajo y los estudiantes volverán a unas aulas desconocidas.
Con el fin del estado de alarma hay que hacer balance de gestión y exigir responsabilidades. Sánchez no puede mirar más a otro lado como si no tuviera nada que ver con este escenario. No merecemos un Gobierno incapaz de ofrecer las cifras reales de víctimas, que ha aprovechado la crisis para meter de clavo decretos ley que no habría aprobado un Parlamento a pleno rendimiento; no merecemos que venda iniciativas sociales imposibles de cumplir, ni que cuente que no hay motivo de preocupación porque Bruselas se ocupará de hacernos llegar los fondos necesarios sin necesidad de devolución. La mentira y el engaño son la seña de identidad del actual Ejecutivo, pero no se pueden tolerar las falsas promesas. Se ha acabado el confinamiento, pero lo que llega va a ser más duro que lo sufrido estos meses, excepto que no se producirán centenares de muertes diarias.
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