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La dificultad de acceso a una vivienda que tiene hoy la generación de nuestros hijos se ha convertido en un problema de primer orden, un cuello de botella que impide que muchos jóvenes se puedan emancipar y empezar su proyecto de vida. En las grandes ciudades ha adquirido un carácter dramático. Hay quien piensa que la solución vendrá por una mayor intervención del mercado inmobiliario, o mejor dicho, por sacar a la vivienda de la lógica del mercado.
Para ello proponen ahondar en la intervención de precios ya vigente y lacerante, restringir aún más la maltrecha libertad del propietario, la construcción masiva de vivienda pública o prolongar la prohibición de los desahucios con certificados de vulnerabilidad. Lo cierto y fijo es que la vivienda pública ni está ni se le espera a pesar de los reiterados anuncios del Gobierno, la oferta de alquiler decrece vertiginosamente porque para el dueño alquilar una vivienda se ha convertido en un deporte de riesgo y prefiere otras fórmulas menos invasivas como el alquiler vacacional.
El miedo al Okupa es una realidad y se sobreprotege al inquilino moroso, por no hablar de los juzgados, que parecen pesados dinosaurios. El precio de los alquileres ha alcanzado este segundo trimestre del año su máximo histórico, la oferta se ha hundido y cada vez que sale un piso en alquiler se interesa por él una media de 115 personas. Cifras de locura.
Parece que nadie en el Gobierno de la gente como les gusta llamarse se da cuenta que la solución viene por cambiar de receta: desregular la intervención de precios, garantizar la libre disposición sobre la propiedad, dejar que el mercado funcione y no cargar en la espalda del dueño la vulnerabilidad de su inquilino. ¿Creen que el Gobierno cambiará sus políticas? Me temo que no; insistir en el error y no enmendarse, mal de nuestra época.
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