Felipe Ortuno M.

Al amado líder

Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

31 de julio 2024 - 03:05

Para quien tiene mando en plaza, sería muy saludable que aprendiera y practicase aquello que Don Quijote aconseja a Sancho sobre cómo comportarse siendo gobernador cuando le nombran regente de la ínsula Barataria, y que vienen recogidos, dentro de la segunda parte, en los capítulos 42 y 43 del inspirado libro de caballería (que yo catalogaría en el elenco de los sapienciales bíblicos, aunque ello me costara un Monitum del mismísimo Santo Oficio) Recomienda sabiduría, humildad y prudencia: “… deben acompañar la gravedad del cargo que ejercitan con una blanda suavidad que, guiada por la prudencia, los libre de la murmuración maliciosa”. Tres virtudes fundamentales cuando una persona ejerce un cargo de relevancia, si quiere preciarse en ser virtuoso antes que pecador soberbio.

De cómo debe dirimir los conflictos, aconseja Don Quijote: “Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre” “Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena”. “Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros”.

¿Qué difícil ser objetivo cuando hay que resolver algún conflicto? ¿Y qué difícil contener las malas palabras, cuando no te asisten las razones? Los líderes han de guardar respeto y educación en su mandato, si quieren tener la autoridad que reclaman en su gobierno; de otro modo, es fácil que se conviertan en malandrines, tanto como los recluidos por algún delito. Los gobernantes han de ser limpios (cortarse las uñas dice Don Quijote) en todo cuanto parezcan y hagan, sea en balances propios como ajenos, porque el gobierno de los ‘hallares’ públicos lleva el instinto de quedarse en los bolsillos de quien los administra más que en la dádiva al prójimo.

Debe el líder ser cauto, creíble y pausado, con la imagen acorde a su puesto para que la verdad sea traslúcida como el cristal y no haya sospecha de escondite y ocultamiento alguno. Añade el buen caballero, en sus muchos consejos a Sancho, que el buen gobernador ha de ‘comer poco y cenar más poco’ ‘ser templado en el beber’ ‘…y no masticar a dos carrillos, ni erutar delante de nadie’. Sabios consejos, como veis, para que la plebe no se espante de la villanía de quien les está rigiendo en tan aparente altura.

Conjeturo que esto ha de ser útil para comidas con correligionarios venezolanos, con proveedores de su casta o con amistades peligrosas del Parlamento ¡Urbanidad! que tanto bien ha logrado al dejar atrás el Paleolítico. Se trata de ser un buen líder, no un buen jefe. Porque hay diferencia entre mandar y liderar. La misma que hay entre creer y cumplir, yéndonos a lo trascendental, que no es el caso.

Se trata, por tanto, de que nuestro amado líder sea ejemplo para seguir por lo que inspira y lo que sirve; por aquello de que quien no sirve, no sirve para nada. Qué bueno sería que todas las personas de su entorno lo fueran por su ejemplo y virtud, que la mujer del César lo pareciera, al menos, anteponiendo los objetivos del común del pueblo al bienestar de su ego. De otro modo, predominaría el miedo al respeto, el aplauso a la objetividad del asunto, como prefieren los jueces. Cuando se es un ejemplo, huelga decir hasta qué punto el líder se hace creíble. Más aún, amado y respetado.

Don Ejemplo es, sin duda, la mejor forma de influir y gobernar. No es preciso besarle la mano, porque no es un padrino, como a Don Vito Corleone; ni mostrarse de hinojos ante su celestial hermosura, como si de una deidad se tratase; ni exigible el aplauso obligatorio, a lo Kim Jong-un; ni apretarse las filas, recios marciales, al paso firme, poderoso y arqueado de su señorío. Un buen líder ha de ser verdadero en su tesis doctoral, cumplidor de sus promesas, auténtico en su convencimiento, escuchador de todos y comunicador convencido, antes que aplastante aniquilador de sus adversarios. Hombre que agrade, enseñe, facilite y ayude; sin afectación psicopática, que suele llevar a la manipulación descontrolada, al uso malicioso de la seducción, la utilización de otros para propósitos personales o el narcisismo más exacerbado y diletante.

El amado líder, conocedor de tan aciagas tentaciones, tiene en todos los rincones de la Nueva Barataria el lugar preciso para incumplir cuantos consejos dio el caballero Don Quijote a su amigo Sancho. Concluyo con Suetonio: ‘¡Ave, Caesar, morituri te salutant!’.

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