Andrés Benítez en su tercer centenario (I)

“decoración disimétrica inspirada en el arte chino, que imita contornos de piedras y de conchas y caracteriza una modalidad del estilo dominante en el reinado de Luis XV de Francia en la arquitectura, la cerámica y el moblaje”. Así define el Diccionario de la Lengua Española el término “rocalla”. Un motivo ornamental de origen galo con un componente particular de asimetría, un sentido sinuoso, al mismo tiempo exótico, refinado y abigarrado, que caracteriza el final del arte barroco. Es el Rococó, una tendencia que se implanta en nuestra zona a mediados del Setecientos y que pervivirá durante buena parte de su segunda mitad.

El gran representante de la rocalla en Jerez, Andrés Benítez, cumple este año el tercer centenario de su nacimiento. Esta efeméride bien merece iniciar hoy una serie de textos dedicados a intentar conocer y comprender a la persona y al artista. Una figura eminente en la historia del arte local y comarcal que, a diferencia de otras, sí ha tenido un reconocimiento en la ciudad. De hecho, un instituto de enseñanza secundaria recibe su nombre. Y es aquí donde debe recordarse la iniciativa de un profesor de dicho centro educativo, Manuel Pérez Regordán, autor asimismo de una monografía sobre Benítez. Un libro que, aunque con evidentes carencias, muestra los esfuerzos por reivindicar un retablista por parte de este arcense, que supo valorar la aportación que hizo este jerezano al patrimonio de su localidad serrana natal. En efecto, en Arcos de la Frontera se conservan varias de las creaciones más logradas de un maestro cuya fama se extendió fuera de las fronteras jerezanas. Un artista orgulloso de sus propias obras, que no dudó en pleitear para alcanzar un reconocimiento social, que quiso que no se le considerara un modesto artesano y logró ser elevado de carpintero a arquitecto.