Jaime Sicilia
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Cada verano, por esta época, se nos acaban pegando el tonteo de las calores y de los vientos de levante que acaban por alterarnos los días, las noches, los amaneceres y los atardeceres. Porque no de otra forma podríamos explicar que las neuronas ablandadas acaben promocionando lo que es imposible de promocionar, defendiendo causas imposibles o poniendo las manos en el fuego por lo que no tiene ni átomo de recorrido.
Mientras, los reyes y sus acólitos se han mostrado al mundo parapetados en citas olímpicas haciendo que la familia cobre importancia a pesar de teatros fantasmagóricos donde los demás vestigios reales hacen de tripas corazón y hacen que en pleno día de la virgen de los Reyes nos enredemos, sin recurrir legalmente, en las otras acepciones como de la Asunción o de la Caridad, para demostrar que la ubicuidad solo la tienen las vírgenes y las familias reales, y eso que pasaremos a la historia como la civilización que aceptaba a sus tótems reales dándoles votos de confianza pero criticándoles por detrás.
Es como la feria de las vanidades llevadas a los extremos en las que las personas se vuelven mediatizadas por lo mediático y no se quiere ser la primera en levantar la mano para no hacerse notar.
Que en pleno siglo veintiuno los veranos sigan estando en manos extrañas es muy común. Y que la ubicuidad esté en Waterloo o Barcelona debería ser el nudo central del cisma en el Vaticano, a no ser que las familias monárquicas, los pseudofederalismos y los reinos de Taifas estén por volver a ser protagonistas.
Mientras, con el calor, las alucinaciones visoauditivas siguen apareciendo. Autobuses que siguen ardiendo, carreras ciclistas que se denominan en función del supermercado que pone dinero, alcaides que se desmarcan de actos por creerse con derecho de estar de vacaciones y ventanillas cerradas para lo del vuelva usted mañana.
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