
Tribuna Económica
Carmen Pérez
Para octubre de 2025
Entrando en agujas
Aquella visión idílica y entrañable de la gente paseando tranquilamente por las calles, esa ha desaparecido casi por completo por culpa de un aparatito infernal que se ha convertido en una prolongación de nuestra mano. Ya no existen paseos contemplando el panorama ciudadano; existe gente andando embelesada mirando el móvil.
Vas por la acera y has de tener cuidado porque cientos de andarines, cabeza agachada, se cruzan sin verte y a lo suyo, a su móvil; les da igual lo que ocurra; no se inmutan. Ellos y sus móviles se han adueñado de las calles. Tu misión consistirá en sortear, urbano eslalon gigante, al personal cabizbajo absorto en el aparato.
Ya que estamos con el telefonito diabólico les contaré que el otro día, en la sala de espera del médico ya que uno tiene muchos tacos de calendario a la espalda y ha de revisarse esa especie de triada capitolina –colesterol, azúcar y triglicéridos, además de un dichoso PSA sin Pacheco–, ocho pacientes como yo, esperábamos que, desde una pantalla saliera una lúgubre voz que te anunciara que era tu turno. De los ocho, seis miraban compulsivamente el móvil; me pareció que poco les importaba la inquietud de sus valores médicos.
Para colmo de males –nunca mejor dicho en aquella sala hospitalaria–, un estridente ¡Ay, campanera! rompió la paz silente de la estancia. Era el móvil de la otra persona que, hasta ese momento, no tenía el teléfono entre sus manos.
Cuidado con los móviles y cuidado con quienes lo portan; te pueden arrollar por las calles o, peor aún, sacarte del letargo inquietante en la sala del ambulatorio. El gran Forges, lo decía: ¡País!
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