Jaime Sicilia
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Un fantasma recorre Europa. O varios. Uno de los más irritantes es el fantasma de la gripe burocrática que nos azota. Bruselas es el equivalente muchos papeles. Y, para darse tono, quizás, los estados miembros, los gobiernos autonómicos y los ayuntamientos no van a la zaga. Abrir un establecimiento rural, o comenzar un emprendimiento en áreas despobladas, requiere de tantos permisos y papeles como en el centro de una gran ciudad.
Un ejemplo: a algunas mercadillos de quesos, leche, miel y otros productos agrícolas en poblaciones del Pirineo francés suelen acudir los domingos por la mañana numerosos españoles, que son pirenaicos de segunda residencia, mayoritariamente. ¿Por qué los españoles, salvo fiestas puntuales, no lo hacen a este lado de la frontera? “Porque se nos piden demasiados permisos para hacer lo mismo”, suele ser la respuesta.
Sabido es que el exceso de normativa, además, está redactada por funcionarios alejados de la vida rural. No solo es lo intrincado del lenguaje, sino la falta de “empatía legislativa” que se muestra en los exigentes textos.
A voz en grito, y con cortes de carreteras, a veces con bloqueo total y cruel, los transportistas, los agricultores y ganaderos europeos han levantado su bandera indignados. La lista de reivindicaciones es larga pero en todos los países escenario de la protesta –Francia, donde la violencia ha sido superior, España e Italia preferentemente– la reivindicación de suprimir la intrincada burocracia es unánime. Podrían sumarse al coro las pymes y los ayuntamientos que se han estrellado contra el papeleo tratando de alcanzar subvenciones y apoyos a su desarrollo, o a su reconversión. No es de extrañar que solo un tercio de los fondos de resiliencia previstos se haya podido obtener hasta ahora y que, con frecuencia, se devuelva a Europa buena parte del dinero que se logró arrancar en heroicas negociaciones.
Se suma a esa reivindicación de reducir papeles. La contradicción que supone que a las mandarinas producidas en el Mediterráneo europeo se le exijan controles y aplicación en su cultivo de determinados productos fitosanitarios, mientras que las mandarinas marroquíes, o de países más lejanos, se admitan sin control de su trazabilidad en el cultivo. Y más baratas.
Alarmada, Úrsula von der Leyen, que aspira a su reelección como presidenta de la Comisión Europea, después de las elecciones de junio, promete reducir burocracia en la PAC, la Política Agrícola Comunitaria. De urgencia, retiró algunas exigencias para detener las protestas, consciente de que la extrema derecha capitaliza buena parte de las algaradas. La mayoría democristiana-socialdemócrata-liberal que la sustenta está en peligro en el Parlamento Europeo ante el auge de los ultra conservadores especialmente en Francia, Alemania e Italia, donde ya gobiernan, aunque en este último caso con signos de moderación. Al calor de esa reivindicación general, Andalucía, según declara su presidente, Juan Manuel Moreno Bonilla, quiere ser la Comunidad española con menos burocracia. ¡Excelente noticia! Si se hace algo, claro, y no queda en una llamativa declaración. Sería muy bienvenido un campeonato de autonomías simplificando trámites.
Lo intentó el socialista Guillermo Fernández Vara cuando presidía Extremadura y decretó, sobre el exceso de trámites, que “todo lo que no esté expresamente prohibido, y no atente contra ninguna norma fundamental, debe quedar autorizado”. Y lo llevó al Boletín Oficial de su Comunidad. Convendría revisar, años después, para qué sirvió aquella innovadora propuesta.
De modo que a tantas batallas pendientes, se añade esa: la simplificación burocrática. A por ella.
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