El parqué
Álvaro Romero
Descensos moderados
Por razón de edad le vi torear sólo en los últimos años de su carrera. Después, siempre, he escuchado hablar con veneración y admiración de él tanto a profesionales como aficionados. Perteneció a la conocida como edad de platino del toreo junto a toreros como Puerta, Romero y El Viti. Gran conocedor del comportamiento del toro, siempre dijo que había sido un gran torero conociendo a los toros, era un toreo largo y poderoso, variado con el capote (para el recuerdo quedará su chicuelina de manos bajas barriendo el albero), dominador con la muleta (la zurda de Camino se decía entonces) y un excepcional estoqueador. Posiblemente, con Luis Miguel, ha sido el gran lidiador de la segunda mitad del siglo pasado.
Recuerdo, en mi época de estudiante en Madrid, una conferencia que le escuché, no recuerdo si en la propia universidad o en la inolvidable peña Los de José y Juan. Hizo el maestro un repaso a su carrera y a su merecida fama de gran estoqueador. Contaba cómo, al principio de ésta, no veía la suerte y fue su padre el que, un día, antes de entrar en la plaza de El Puerto, le dijo que para matar los toros había que tener lo que hay que tener, Dos y bien puestos, para, de esta manera, cuando llegase la hora de matar, colocarse encunado entre los pitones y, en corto, mirando al morrillo, tirarse con todo hasta hundir la boca donde las banderillas y aunque las banderillas le partiesen la boca empujar, empujar y empujar. “Veras como así se matan los toros”, le decía. Así, muy despacio haciendo bella la suerte, lo hizo desde entonces hasta llegar a ser, sobre todo al volapié, como alguna vez me comentó Pepe Luis, uno de los grandes estoqueadores que había visto en su vida junto a Cagancho, el torero de la Isla y, por supuesto, Manolete.
Sus restos serán enterrados en Camas, el pueblo que le vio nacer, cercano a Sevilla, la ciudad que tan ingrata fue con él, para descansar ya para siempre junto a su padre y su hermano Joaquín, su banderillero de confianza, al que un toro de Atanasio en una aciaga tarde le quitó la vida en el que, quizás, fue su día más triste. Seguro que en su entierro, en el pueblo ribereño, con orgullo se recordará la copla que en su juventud las niñas cantaban de sus dos vecinos más ilustres:
“Que Camas tienes un Camino
Adornado con Romero
Qué Camino
Y qué Romero”
Descanse en Paz, matador de toros.
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